Un escultor es encargado de construir la primera estatua que la Europa Unidad consagra a Cervantes. A partir de ahí, todas las fuerzas del aparato cultural —económicas, políticas, religiosas, nacionalistas, militares, publicitarias y humanas— exigen al escultor que la efigie de Cervantes represente los intereses particulares de cada uno de los organismos que financian el monumento. El escultor, enfermo de cuerpo como Cervantes, va poco a poco, enfermando de alma, a medida que las presiones apagan su libertad.