Había pasado muy bien las fiestas de Navidad y Año Nuevo. Existía una cosa que no le gustaba. Abuelos, padres, hermanos, tíos, primos, amistades y demás familia, tenían a su derecha a sus esposas o compañeras. Su edad, treinta años. Más o menos, siempre se había relacionado con chicas, pasándolo, la mayoría de las veces, aceptablemente. Comenzaba con una frase afectuosa o un cambio de fotos y finalizaba con un ya nos verenos. Su madre le decía: A ti hay que hacértela de encargo. No lo pensó más, Comenzó a escribir su carta a los Reyes Magos. Melchor, Gaspar, Baltasar. Oriente. Soy Agustín. Deseo que Sus Majestades me traigan la mujer ideal. Bella, inteligente, siimpática, rica vida interior. La envió urgentemente. Fue a la cabalgata. Les gritaba. ¡Soy Agustín! ¡¡Agustín!! Los Reyes se miraron y le guiñaron un ojo. Regresó dichoso a casa. ¡Se la traerían! Limpió un zapato, llenó tres copas de licor dulce, escrbió un catel grande: ¡¡Bienvenida!! Organizó todo. Se acostó nervioso. Durmió.