Premio Nacional de Artes Escénicas para la Infancia y la Juventud 2020
“El público familiar se acerca virgen al teatro, se sienta en la platea con menos información y vive de una manera más libre su conexión con la escena”. Son palabras de Enric Blasi, miembro de la Companyia de Comediants La Baldufa, que expresa así el porqué la formación leridana eligió dedicar su trabajo al público infantil. “Nos escapamos así” —continúa— “de la presión del mundo [el teatro] adulto condicionado por las caras famosas, el éxito, la crítica… y otros factores desvinculados de nuestro trabajo”.
Hace más de dos décadas, la compañía nació en Lleida (“practicamos el leridanismo, nos gusta llevar el nombre de nuestra ciudad por el mundo”). Sus orígenes parten de un grupo de teatro performativo amateur, del que 6 personas se escindieron para transitar el camino de la profesionalización. Nació así La Baldufa, que en breve se redujo a las tres personas que han conformado el grupo hasta la actualidad: Carles Pijuan, Emiliano Pardo y Enric Blasi; el último de los nombrados ha sido interlocutor en esta entrevista indirecta.
A finales de 2020 vieron recompensado su trabajo con el Premio Nacional de Teatro para la Infancia y la juventud que otorga el Ministerio de Cultura. En el acta del jurado se destacó, entre otros méritos, la apuesta por temas complejos y controvertidos y su consideración del espectador como ser capaz, crítico y reflexivo, sea cual sea su edad.
Temas tabú
“No sabemos quién tiene potestad para decidir cuáles son los temas tabú; los que somos padres o nos relacionamos con niños y niñas sabemos que en su día a día no hay temas tabú, ellos tienen la habilidad y la capacidad de hablar de todo, evidentemente desde su momento vital, desde sus experiencias y sus motivaciones, pero esto nos hace pensar que no hay temas tabú sino una sociedad algo hipócrita que cree, con una idea burguesa del teatro, que hay temas a eludir. Nosotros no lo creemos y no lo practicamos; hablamos de todo y la experiencia nos demuestra que los niños agradecen cuando te relacionas con ellos de manera sincera”.
Esos temas complejos y controvertidos a los que hacía mención el jurado han sido muchos y variopintos en las creaciones del sello Baldufa: la muerte (El Príncipe Feliz), la crítica al poder (en varias obras), el amor homosexual (El libro imaginario), la enfermedad de Alzheimer (Cirque Déjà vu), la vida de un convicto en la cárcel (Mi padre es un ogro), la pobreza (El Príncipe Feliz, Pinocchio), la lucha por un cargo o la forja de un líder tan disparatado como aquellos que lo eligen (Bye bye, Confetti).
Temas complejos que —quiero resaltarlo— La Baldufa aborda desde la simbolización que lo artístico requiere, con la verdad escénica del buen teatro y que se aleja de planteamientos burdamente explícitos y moralejas omnipresentes. Tratar determinadas temáticas en el teatro para la infancia no es garantía de calidad, por mucho que algunos lo utilicen como tarjeta de presentación con acento mercadotécnico. El teatro moralizante de antaño tiene continuidad en el teatro didacticista de hoy, que sacrifica trama, diálogos y personajes para favorecer el mensaje.
Por eso es importante no quedarse en un planteamiento reduccionista en torno a las temáticas, sino analizar la obra en su conjunto, como hecho escénico total. Y es en esa integridad, en el sentido de totalidad pero también de rectitud, es donde reside el valor de La Baldufa.
“Nos apoyamos en tres patas: el compromiso social, nos gusta que nuestros espectáculos ayuden a que los niños piensen y se planteen preguntas, ayudarles en la construcción de un espíritu crítico. Otra pata es un compromiso estético, Carles Pijuan es licenciado en Bellas Artes y siempre aporta su universo de coherencia estética. La tercera pata es que nuestro teatro entretenga en el mejor sentido de la palabra”.
Para desarrollar esa función noble de divertir, que tanto defendió y analizó Bertolt Brecht, el grupo catalán utiliza uno de sus registros estelares, el humor “que nos parece una buena herramienta de conexión con el público”.
L. L.- Se nota en vuestras obras que os encontráis cómodos haciendo humor. Prácticamente, está presente en todas, yo diría que a excepción de El príncipe feliz.
E.B.- Sí, el humor nos permite conectar con el espectador. Es verdad que no utilizamos el gag sino el humor de situación, de pequeñas sucesiones de historias y momentos que acostumbran a generar más una sonrisa que una carcajada. Nos sentimos muy cómodos con el humor inglés, con esa forma un tanto surrealista de entender las relaciones entre los personajes, y sí, el humor es un sello aplicable a muchos espectáculos de La Baldufa.
Lo cierto es que en más de 20 años de historia, el grupo ha tocado palos distintos y ha utilizado disciplinas y técnicas de muy diversa naturaleza. Desde el humor gestual a la palabra rabiosamente ácida; desde recursos como títeres, máscaras, figuras planas, sombras, proyecciones… al trabajo interpretativo desnudo; desde el silencio de la voz en off al diálogo trepidante; desde la liturgia del teatro de sala a la imprevisibilidad del teatro de calle.
“Es verdad que cuando miramos atrás y repasamos la trayectoria, nos definimos como una compañía con productos muy heterogéneos; como la poesía extrema de El Príncipe Feliz o la gamberrada suprema del Bye bye, Confetti u otros de raíz muy infantil como Safari o Lío en la granja”.
L.L.- También habéis hecho teatro de calle, con Drago y Zeppelin. ¿Cómo es la conexión con el público en la calle?
E.B.- Las actuaciones de sala dan un estándar de calidad alto porque hay elementos como la luz, el silencio, la cámara negra…que crean un ritual conocido para el público. La calle es ese mundo abierto, caótico, imprevisible… Seguramente nuestras mejores actuaciones se han dado en la calle pero también las peores, por eso que tiene la calle de incontrolable. A nosotros nos produce nervios actuar en calle pero a veces genera una magia absoluta que viene dada por lo que tiene de democratización del espacio público.
L.L.- ¡Os habéis atrevido con la lírica!
E.B.- El Liceu [Gran Teatre del Liceu] nos contactó para adaptar una ópera para público familiar. Finalmente, nos pusimos de acuerdo en que sería Guillermo Tell, de Rossini. Pactamos que habría en escena dos actores de La Baldufa, cuatro cantantes líricos y tres músicos. Nuestro reto fue conseguir que parecieran una troupe, que no fuera por libre cada equipo; creo que lo conseguimos y con un resultado notable.
De Príncipe a Ogro. Ficción y realidad
Hay dos obras que se distinguen por cierto extrañamiento en las “creaciones baldufas”, El Príncipe Feliz y Mi padre es un ogro. Ambas contienen dramatismo de alta intensidad, aunque sus puntos de partida estén muy alejados. Si el cuento melodramático homónimo de Oscar Wilde está en el origen de la primera, una situación de la vida real está en la segunda.
El príncipe feliz adapta “el gran texto de Oscar Wilde, con la búsqueda de una estética, un preciosismo y una técnica milimétrica“. La adaptación, que aún resaltaba más lo trágico de la historia, fue reconocida con varios premios en distintos festivales españoles. A pesar del dramatismo, la obra no deja de ser un alegato a favor de cualidades humanas como la generosidad y la entrega sin límites.
Mi padre es un ogro nace en el seno del barrio leridano de La Mariola, donde tiene la sede La Baldufa. Se trata de un barrio estigmatizado y con un alto índice de familias en riesgo de exclusión. La compañía solo tuvo que observar una realidad que se daba a su alrededor para decidir el tema del que hablar en su próxima creación. Un hombre preso escribe a su hijo; la obra transcurre sin diálogos, únicamente una voz en off que lee una carta. En la escena vemos a un hombre rabioso, otras veces triste; siempre añorante del hijo al que no verá crecer. No sabemos por qué cumple condena, ni si se hizo o no justicia; el espectador no se ve abocado a emitir ningún juicio moral sobre la conducta de este hombre, solo observa al reo en su dimensión humana de padre, en la angustia de alguien que no vivirá su paternidad como hubiera deseado. Y esa es la grandeza y la complejidad de una obra que inusualmente evita cualquier modo de maniqueísmo y habla del bien y del mal con profundidad.
La obra se estrenó en 2017 y se ha representado en catalán, castellano, euskera, inglés y francés.
L.L.- ¿Cuál es el punto de partida para una creación nueva?
E.B.- Cuando planteamos el siguiente espectáculo, siempre o casi siempre, el punto de partida es el conflicto, grande o pequeño pero que se posiciona ante diferentes aspectos de la sociedad. Por eso a lo largo de nuestra historia hemos hablado de temas diversos a los que hemos aportado nuestra mirada. Sin dogmatismos, preferimos generar preguntas a dar respuestas. El conflicto es la madre. Queremos hablar de algo y generamos un tejido de complejidad dramática, en el que haya un conflicto que resolver o sobre el que pensar.
La última creación, La fábula de la ardilla, habla de las diferencias y del mestizaje como forma de estar en el mundo. Sus protagonistas son un erizo y una ardilla, pero en realidad la acción comienza con una tragedia, un accidente en el que muere la madre ardilla, por lo que el erizo deberá convertirse en padre adoptivo de una pequeña ardilla que ha quedado huérfana.
Una escenografía de gran belleza plástica, que integra un piano de cola para ser tocado en directo enmarca las escenas, en las que se suceden las dificultades (por estilo de vida, morfología, modos de alimentarse…) para relacionarse de tan extraña relación parental.
L.L.- Siempre encontráis inspiración, algo nuevo que plantear, sin imponeros límites por trabajar para el espectador infantil.
E.B.- Se puede y debe hablar de todo, pero es verdad que hay que conocer los distintos momentos de evolución social, emocional, física, psicológica… de la infancia y acercarse a esos tempos de una forma respetuosa, que atienda a su forma de sentir y entender el mundo de ese momento.
L.L.- ¿Ha cambiado la forma de conectar con el público?
E.B.- En estos 25 años vemos un cambio sustancial en el público, hemos pasado de unos padres con hijos-objeto, entre los que había poca comunicación y acompañamiento, a unos padres activistas con un grado de implicación y conocimiento muy altos; lo cual es positivo. Sin embargo, conlleva una parte negativa, un intervencionismo excesivo que desemboca en sobreprotección. La famosa burbuja, el cómo dirigirse a los niños para que no sufran, afecta a nuestra manera de entender el teatro, que busca la provocación. Esos padres o madres que quieren que todo lo que llega a sus hijos esté controlado entran en contradicción con nuestro trabajo. Los niños y las niñas lo tienen clarísimo porque conectan con nuestras historias, pero a veces se genera tensión con la manera de estos padres de educar.
Obra
Desde que irrumpió en el panorama del teatro para infancia en España en 1999, cuando se presentó en la Fira de Titelles de Lleida, con el espectáculo Las aventuras del barón de Muchausen, que ganaría dos años más tarde el Premio Feten al Mejor Espectáculo, La Baldufa ha desarrollado una espectacular trayectoria. Ha celebrado casi 5 mil funciones en los rincones más distantes del planeta. Catorce espectáculos de los que algunos se han mostrado en la mayor parte de países europeos, pero también en otros continentes como el americano y Asia.
Su obra, ordenada por orden cronológico, abarca los siguientes títulos:
- Las aventuras del barón de Munchausen (1999)
- Lío en la granja (2004)
- Zeppelin (2004)
- El libro imaginario (2006)
- Drago (2008)
- Nautilus (2008)
- Cirque dèjá vu (2009)
- El príncipe feliz (2011)
- Guillermo Tell (2012)
- Pinocchio (2014)
- Safari (2015)
- Mi padre es un ogro (2017)
- Bye bye, Confetti (2019)
- La fábula de la ardilla (2020)