La Asociación Autoras y Autores de Teatro, y el Salón del Libro Teatral, quieren hoy rendir un homenaje a Alfonso Sastre.
Alfonso Sastre, autor de teatro, maestro del teatro, fue amigo.
Si, entre nosotros, durante el franquismo y en democracia, ha habido un dramaturgo que entendió el teatro como un arte propicio para la expresión y la comunicación en libertad ese fue Alfonso Sastre.
Alfonso nos ha dejado el pasado día 17 de septiembre, a los 95 años, en Hondarribia, en Fuenterrabía, en el País Vasco, donde vivió un exilio voluntario desde el año 1977. Allí se identificó con la izquierda abertzale, tras sus compromisos políticos en la dictadura, primero con el Partido Comunista, que abandonó, y después, con otras “implicaciones”, como le gustaba decir a él.
La vida de Alfonso fue siempre una lucha por la libertad, en el universo oscuro de la dictadura, y después, hasta su muerte, siendo uno de los máximos exponentes de nuestro arte dramático, en la más exigente contemporaneidad, desde la escena y desde la literatura.
Autor del realismo más arriesgado, duramente castigado por la censura franquista, fue autor de obras tan emblemáticas en nuestro teatro, como Escuadra hacia la muerte (1953) o La taberna fantástica (1966/1985), y siempre un referente del teatro más arriesgado para muchos de nosotros.
“Adiós a un gran intelectual”, ha escrito a su muerte ese resistente que es Guillermo Heras. Y tiene razón. Su carácter de intelectual, como gran amante de la cultura, y en especial del teatro universal, nos permite tener en sus ensayos, estudios y prólogos un material insustituible sobre el último teatro, y sobre los más actuales vericuetos del pensamiento. En su obra, una veintena de libros de ensayo… Junto a más de sesenta piezas teatrales, una treintena de traducciones y dramaturgias —de Sean O’Casey, Jean Paul Sartre y Peter Weiss, sobre todo—, media docena de novelas y una decena de libros de poesía… Más guiones de cine y televisión.
Una densa trayectoria la de Sastre… Habiendo sido su padre actor, pronto Alfonso se interesa por el teatro. Antes de pisar la universidad, en 1945, con 19 años, funda el grupo “Arte Nuevo”, con compañeros de estudios, en aquellas academias de barrio, como Alfonso Paso o Medardo Fraile, por un teatro comprometido, “implicado”, frente al teatro benaventino.
Estrena en 1946, tras los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, Uranio 235, una condena del belicismo, que siempre estará presente en su pensamiento y en su obra.
Su compromiso, su “implicación”, progresa en la universidad, donde con José María de Quinto, publica el Manifiesto del Teatro de Agitación Social, en 1950.
Estando en la universidad, Gustavo Pérez Puig le estrena Escuadra hacia la muerte (1953), otra dramaturgia antibélica, con actores como Adolfo Marsillach, Fernando Guillén, Agustín González o Juanjo Menéndez. La obra fue prohibida tras la tercera representación.
A Escuadra seguirán otras piezas que serán víctimas de la censura como La mordaza, o Tierra roja, contra la propia censura, la represión y la dictadura.
En 1955 se casa con Eva Forest, su eterna compañera. Meses más tarde, en las protestas estudiantiles del 56, Alfonso es detenido, procesado y encarcelado por el Tribunal de Orden Público, el TOP. Tras su liberación marcha a París con su mujer. El exilio dura dos años. En el 58 vuelven a Madrid.
En el 1959 estrena La cornada y En la red —con el tema de las torturas—, en su línea de teatro revolucionario. En la red, tendrá su reescritura vasca, años después, en 1971, con Askatasuna! Alfonso dirá: “Ya no es una obra abstracta”.
En 1960, también con José María de Quinto, una década después del Manifiesto del Teatro de Agitación Social, hará público el Manifiesto del Grupo de Teatro Realista, en la revista Primer Acto.
Primer Acto será un gran laboratorio para Sastre, teórico y práctico. Allí publicará ocho obras, de 1958 a 1992, El cuervo (1958), La cornada (1960), En la red (1961), Medea (1963), la Tragedia fantástica de la gitana Celestina (1982), La taberna fantástica (1985) y El viaje infinito de Sancho Panza (1992).
Y, también en la revista Primer Acto, precisamente en 1960, se producirá el gran enfrentamiento en el teatro español, de Sastre con Buero Vallejo. Es un debate sobre qué hacer en nuestra dramaturgia teniendo que soportar la tiranía de la censura franquista. Será la polémica sobre el posibilismo o el imposibilismo. También Guillermo Heras ha apuntado en estos días: “Ya me gustaría poder leer en la actualidad polémicas de ese calado”. Alfonso Sastre versus Antonio Buero Vallejo.
Sastre ya había tenido un enfrentamiento con mi maestro Buero, en un encuentro casual en la calle, tras el estreno de Historia de una escalera, en el 49. Alfonso le felicitó a don Antonio por el éxito de su obra, pero le criticó con dureza el que en la pieza que discurre entre 1919 y 1949 no hubiera ni rastro de la Guerra Civil. A partir de aquel encuentro la relación entre nuestros dos grandes dramaturgos no fue precisamente amable. Alfonso me recordaba ese episodio no sin cierta amargura.
Del 49 al 60 del debate sobre el posibilismo, habían pasado diez años. Hay que decir que Buero y Sastre en ese 1960 ya eran autores consolidados. Buero había estrenado Historia de una escalera, En la ardiente oscuridad, Hoy es fiesta, Un soñador para un pueblo o Las meninas. Y Sastre, Escuadra hacia la muerte, La mordaza, Ana Kleiber o La cornada.
La batalla se establece en la revista Primer Acto, fundada tres años antes, en 1957, siendo Alfonso Sastre miembro de su primer Consejo de Redacción, con Adolfo Marsillach o José Luis Alonso Mañés, y con Monleón al frente de la publicación, como estuvo Pepe hasta su muerte hace cinco años.
De mayo a octubre de 1960, en los números 14, 15 y 16 de Primer Acto, tiene lugar el debate entre Sastre y Buero sobre escribir, bajo la censura franquista, teatro posible o imposible.
Alfonso Paso, compañero desde la enseñanza primaria de Alfonso Sastre, con su artículo Traición en la revista, sobre la necesidad de “situarse” de los autores, había encendido la llama, que atizó con un segundo escrito, a favor del teatro que “al público gusta y conviene”, frente al teatro que “place al sector ‘equilibrado’ y los extremistas de siempre”, bajo el título “Los obstáculos del pacto”.
Como respuesta, Alfonso Sastre publica su artículo titulado “Teatro imposible y pacto social”. Y ahí comenzó una batalla que todavía pervive de forma tácita, en otras circunstancias históricas muy diferentes, con la polémica “Posibilismo contra imposibilismo”.
Sastre escribió en el número 14 de Primer Acto, de mayo-junio de 1960, entre otras consideraciones, las siguientes, con respecto a Buero y también al ya muy exitoso Alfonso Paso:
“Una de las actitudes, mantenida (que yo sepa) por Antonio Buero Vallejo —escribió Sastre—, cristaliza especialmente, en una crítica del imposibilismo en el teatro: Es preciso hacer un teatro posible en España, aunque para ello sea preciso realizar ciertos sacrificios que se derivan de la necesidad de acomodarse de algún modo a la estructura de las dificultades que se oponen a nuestro trabajo. La otra actitud, cuyo mantenedor, en estas mismas páginas de “Primer Acto”, es Alfonso Paso, apunta a la recomendación de firmar el pacto social que posibilita el trabajo y la presencia de los nuevos autores en el campo profesional”.
A los dos, a Buero y a Paso, Alfonso les dice lo siguiente:
“Todo teatro debe ser considerado posible hasta que sea imposibilitado; y toda imposibilitación debe ser acogida por nosotros como una sorpresa [por la acción de la censura] (Alfonso con “sorpresa” quería decir indignación, y concluye:). El progreso no se consigue por acomodación, sino dialécticamente, por contradicción, por oposición de los contrarios”.
Paso no contesta a Sastre: Buero Vallejo, sí. De esta forma:
“Me importa aclarar que vengo observando desde hace tiempo en Sastre y en devotos amigos suyos una actitud tendente a considerar mi labor teatral, en general, o en su mayor parte, como insuficientemente positiva, y contaminada, por el contrario, de conformismo y acomodación. (…) Cuando yo critico el imposibilismo y recomiendo la posibilitación, no predico acomodaciones; propongo la necesidad de un teatro difícil y resuelto a expresarse con la mayor holgura, pero que no sólo debe escribirse, sino estrenarse. Un teatro, pues, en “situación”: lo más arriesgado posible, pero no temerario”.
Sastre contestó a Buero en el número siguiente de “Primer acto”, en donde se publicó la Declaración [manifiesto] del Grupo de Teatro Realista, que capitaneaba él con De Quinto. El artículo de Sastre se llamó “A modo de respuesta”:
“Reitero el peligro de que la postura llamada posibilista pueda ser el caldo de cultivo en que se desarrollen enmascaradas actitudes conformistas, lo que no es así en el caso de mi ilustre compañero, Buero Vallejo, en el que sigo estimando, a pesar de la penosa consideración que ha hecho de mí mismo como persona moral e intelectual, a un hombre íntegro y lleno de virtudes morales e intelectuales.”
Con esa media verónica, concluye el autor de La cornada, un valioso debate que todavía hoy nos alumbra.
Dos años después de esta polémica, en 1962, Sastre ingresa en el Partido Comunista de España.
Fruto de la maduración de sus ideas, será en esos años, su concepto de Tragedia compleja, el canon de su obra, sustanciado, en La sangre y la ceniza, sobre Miguel Servet, en 1965, después de cuatro años de trabajo.
¿Cómo surgió la tragedia compleja? Sastre lo confiesa:
“Había observado cierta separación entre el público y mis obras, las pocas veces que conseguía que fueran representadas. No podía plantearme sólo el que mis obras no se representaban por culpa de la censura y quedarme muy tranquilo diciendo que era una víctima. No tenía que hacer tragedias distanciadas del público. Mis personajes tenían que ser seres humanos, con muchas debilidades, con muchos problemas, y entonces mi tragedia tenía que tener un carácter más complejo que hasta ahora”.
De ahí, su Miguel Servet, al que veía de esta forma:
“Observé sus debilidades: era un personaje miedoso y grotesco, acomplejado por su cojera, tenía una dolorosa hernia, y reconoció su impotencia sexual. Era un ser humano, que a pesar de todo no renegaba de sus principios. Así resultaba un personaje hasta divertido. Pero no tuve nunca la tentación de caer en el esperpento. Hice un héroe, pero desmitificado. Y, más que de Servet, la obra trataba de la censura fascista contra la vida intelectual, que era el problema nuestro”.
De Miguel Servet, Sastre escribirá una biografía, Flores rojas para Miguel Servet, que incluso soñó con que fuera lectura reglada en los colegios españoles.
Un año después de La sangre y la ceniza, en 1966, escribe La taberna fantástica que no se representará hasta 1985. Entre medias, en el 72 culmina El camarada oscuro, descomunal “ópera” teatral con el Proceso de Burgos en el fondo, con él en escena en el final; siendo en el 74 detenido junto a Eva Forest, acusado de colaborar con ETA en el atentado de la cafetería Ronaldo, en una causa que fue sobreseída, tras estar casi nueve meses en prisión. A finales de ese amargo 74, Alfonso deja el PCE. José Bergamín, amigo siempre de Sastre, decía aquello de “Yo, con el PCE, hasta la muerte, pero no más allá”.
La taberna fantástica fue representada en el Círculo de Bellas Artes, veinte años después de ser escrita. “Pensé que ya no había nada que hacer y escribí lo que quería, sin pensar en la posibilidad inmediata de su representación”.
Con ocasión del estreno, Alfonso recordaba:
“Hay un caso muy interesante al respecto, que es el de Valle-Inclán. Si no hubiese sido rechazado por el teatro español de los años diez, y hubiera llegado a un acuerdo con él, seguramente no tendríamos el esperpento”.
La taberna fantástica fue el gran estreno de la Transición. Lo curioso de la puesta en escena de Gerardo Malla, con la gran interpretación de El Brujo, resultó que, a sugerencia del director, Sastre retiró los pasajes oníricos de la obra, quedando para él lo más “profundamente fantástico”, su “realismo teatral”. A Alfonso no le gustó que la crítica relacionara la obra con los sainetes.
Hacia 1977, fracasado en su día el Teatro de Agitación Social, Sastre piensa que al amparo de la democracia podría recogerse ese proyecto bajo la forma de un Teatro Unitario de la Revolución Socialista. El manifiesto se publicó en la revista “Pipirijaina”, con Moisés Pérez Coterillo al frente, no estando lejos Guillermo Heras. La nula respuesta al manifiesto, “fue una desilusión seria y profunda”, confesaba Sastre.
En el 78 termina Tragedia fantástica de la gitana Celestina, cumbre de su tragedia compleja. Calixto y Melibea son muy mayores, y se enamoran, y la Celestina, una bella joven, la intermediaria. No quiso hacer, dijo, “una historia grotesca sino una verdadera tragedia de amor entre dos personajes irrisorios. Una verdadera tragedia que, más o menos, mueva a risa…” Como otras obras de Alfonso, se estrenó fuera de España, en Italia al año de escribirse. Yo la programé en Madrid, en los Veranos de la Villa de 1985, en el Conde Duque. La dirigió Enric Flores con el Grup d’Accio Teatral (GAT). Desde la “tragedia compleja”, Sastre nos alumbraba una “comedia compleja”.
No podemos olvidar en ese entorno su ensayo, autoficcionado, Lumpen, marginación y jeringonça, una memoria científica con puntos autobiográficos, en donde trata de la marginación del escritor. De él mismo. Al final, Sastre se mata y se entierra en un cubo de basura. ¿Por qué?, es la pregunta. Su contestación: “Me pareció divertido”.
En sus 44 años en Hondarribia, Sastre no cesó en su escritura, ni en su actividad política. Con otra mirada a la de 1960, escribió:
“La postura que hay que mantener frente a la necesidad del cambio social es simplemente la de luchar políticamente, y eso no lo puede hacer ni el teatro posibilista ni el llamado imposibilista”.
Fue un riguroso editor. En los últimos cuarenta años a través de la meritoria editorial HIRU, fundada por su mujer Eva Forest, fallecida en 2007, editó y prologó obras de Fernando Pessoa, Pier Paolo Pasolini, Heiner Müller, Darío Fo, Thomas Bernhard y, especialmente de Peter Weiss, al que le unió una gran amistad, y de quien hizo la magnífica versión del Marat-Sade, estrenada por Adolfo Marsillach, en 1968, montada por Animalario en 2007.
Su teatro no ha dejado de publicarse, completo, por él mismo en HIRU; también por otras editoras, y por esta Asociación Autoras y Autores de Teatro, con Jesús Campos, 14 piezas, en “Teatro Escogido”, en 2006, con una buena “implicación” de amigos en la edición y los prólogos: Javier Villán, Mariano de Paco, César Oliva, Berta Muñoz, Magda Ruggieri, Francisco Caudet, Ricard Salvat, Gonzalo Santonja. Torres Nebreda, Carlos Gil, César de Vicente, Andrés Sorel, David Ladra, Xabi Puerta y Virtudes Serrano.
Esporádicamente, sus obras han saltado a los escenarios en Euskadi y fuera de Euskadi, como no dejaría de apuntar aquí Rosana Torres: Los últimos días de Emmanuel Kant, dirigida por Josefina Molina, en 1990. El viaje infinito de Sancho Panza, dirigida por Pérez Puig, en 1992. ¡Han matado a Prokopius!, dirigida por Francisco Vidal, 2007. ¿Dónde estás, Ulalume, dónde estás?, dirigida por Pérez de la Fuente, en 2007… En 2006, Raúl Hernández Garrido realizó para TVE Escuadra hacia la muerte.
Paco Azorín, que dirigió en el cercano 2016, Escuadra hacia la muerte, en el CDN de Caballero, ha recordado en estos días a Alfonso, y ha expresado, con razón, la necesidad de que estén en nuestros teatros sus obras.
A Alfonso se le ha querido en nuestra profesión: Premio Nacional de Teatro en el 86, por La taberna fantástica; Premio Nacional de Literatura Dramática en el 93, por Jenufa Juncal; Max de Honor, en 2003; ahora, Medalla de Honor de la SGAE, a título póstumo.
Alfonso estaba satisfecho de su obra. En este Salón del Libro Teatral, que hoy le homenajea, hay que decir que estaba especialmente satisfecho de su obra teatral en libro. Y también, satisfecho de que no pocos le quisiéramos. Y contento de volver de vez en cuando a su Madrid, desde su Euskal Herria. Contento de tener como patria el castellano, el español. Y no sabiendo si al final descansaría junto a su amigo Bergamín.
En 2005, el 16 de junio, tuve, para el proyecto “Memoria Vida” de la SGAE, una larga conversación, de más de tres horas, aquí, en Madrid, con Alfonso. Se van a ver y escuchar, ahora, cinco minutos de aquella charla, grabada en vídeo. Le pregunto sobre si sus últimos guiones de cine y televisión, novelas y libros de poesía, los hacía como queriendo alejarse del teatro.
PREGUNTA. Alfonso, ¿te has querido alejar del teatro?
ALFONSO. Yo no he querido alejarme, pero el teatro tampoco ha querido alejarme, pero no se ha ocupado mucho de mí. Lo que pasa es que yo no lo vivo como una gran desdicha. No. Considero y reclamo la calidad de literatura que tiene la escritura teatral y entiendo tanto esto así que puedo decir ahora ya que no me importan que mis obras no se representen. El hecho de que sean publicadas me basta para considerar que me he expresado, que me he comunicado. Nuestra literatura, nuestro arte en general, es expresión y comunicación. El mero hecho de la expresión puede satisfacer a un poeta lírico que se expresa en su casa, en la oscuridad de su hogar, ante nadie, pero él se ha expresado, y eso le sirve como una catarsis suficiente para justificar el hecho de una escritura. Pero además de expresión, sobre todo en algunas artes como la nuestra, del drama, es comunicación. Y esa comunicación para un autor de teatro en principio podría decirse que no se cumple si no se representa una obra, pero para mí, y en ese sentido subrayo el aspecto literario, el hecho de publicarla en libro resuelve ya esa fase de la comunicación. Siento que he comunicado el drama por el hecho de que se publique. Ese aspecto literario me salva de la desesperación que tendría un autor porque sus obras no se representan, y se siente desdichado. A mí no me preocupa ahora nada el no estrenar.
PREGUNTA. Bueno, se te quiere.
ALFONSO. Sí, yo me siento querido, y por eso me siento bien.
PREGUNTA. ¿No hay retorno a Madrid de Sastre?
ALFONSO. No hay retorno, de momento. De momento no hay retorno. Porque no hay ninguna razón para retornar. Podría haber una relación más intensa que la que ha habido durante algunos años. En la medida en que se reprodujeran relaciones más intensas. Yo me siento muy próximo. Mis regresos a Madrid son el reencuentro con mi pueblo. Yo soy madrileño. Mi único patriotismo es mi lengua, el castellano, y en esta ciudad de Madrid en la que he nacido y en la que he vivido cincuenta años, en la que me siento absolutamente como un ser familiar, me siento en casa. Pero mi “vividuría” en Euskal Herria es muy, muy, muy satisfactoria. Tengo allí una relación tan afectiva que no echo en falta nada desde el punto de vista del entorno. Lo que pasa es que siempre que vuelvo, digo, mi pueblo es este, mi pueblo es la lengua castellana, la lengua española. Cuando me sentía como despatriado…, era la lengua la que era mi patria. Eso lo viví yo y he visto que otros muchos escritores ha reflexionado y han venido a decir algo parecido o lo mismo. La lengua es nuestra patria.
PREGUNTA. ¿Te enterrarán en Euskadi?
ALFONSO. Pues quizás. No lo sé. Allí está Bergamín, mi amigo Bergamín, enterrado en Iñardi, y probablemente…, supongo que me quemarán. Eso yo no lo sé. No he pensado en ello… En todo caso pensamos estar allí siempre, y venir aquí siempre también, aquí, o a cualquier otra parte.
Gracias, Alfonso, por tu obra. Gracias.