Las Puertas del Drama
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Nº 56

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Félix Estaire

Empiezo a pensar en contar el proceso de escritura de Telmah y siento algo parecido a lo que se siente cuando se va a empezar un texto nuevo… Contar un proceso se me antoja casi como escribir otra obra… una singladura paralela a las acciones del texto, pero conectada de forma subterránea con quién y cómo es uno mismo… los mismos miedos, se sientan conmigo en el escritorio. Luego os los presento, que son un poco vergonzosos y necesitan de cierta confianza.

No sé bien cómo empezar porque ha sido un proceso de escritura bastante corto, aunque quizá el proceso de gestación haya sido uno de los más largos de mi vida, si no el que más… de hecho, tengo un par de compañeros de profesión que me conocen bien y de largo que me dijeron que había tardado 44 años (los que tengo) en escribir esta historia.

Todo empieza a partir de las novelas del oeste americano… El autor de muchas de ellas, Marcial Lafuente Estefanía, además de toledano (lugar donde se desarrolla parte de la acción de la pieza), era un amante de teatro del siglo de oro y en más de una ocasión relató haberse inspirado en obras clásicas para sus míticos relatos de vaqueros. Lafuente Estefanía era un tipo prolífico y llegó a firmar como Tony Spring, Arizona, Dan Lewis o Dan Bruce… incluso llegó a escribir novela rosa… en ellas se llamaba a sí mismo: María Luisa Beorlegui o Cecilia de Iraluce… Pero es que, además, algunas de sus novelas fueron escritas por sus propios hijos o nietos, por lo que Marcial fue muchas personas, como Pessoa, y sigue vivo de alguna manera, como los personajes que se encarnan en un montaje teatral…

Y así, a vueltas con una identidad propia bastante confusa, como mi querido Marcial, y con un golpe en la cabeza que me dio la pandemia… poca cosa, me levanté y me di con el pico de la ventana… El caso es que me puse a leer sus novelas (westerns) con el ánimo de reencontrarme con la figura de mi padre, que las devoraba en sus escasos ratos libres. Tiempo atrás, le había comprado alguna novela de este tipo al pistolero del rastro (hecho que se relata en la pieza) y me vi con la necesidad de leer esa novela… Y pude hacerlo hasta que en una de las páginas me encontré exactamente igual que uno de sus protagonistas, que estaba, literalmente, “cansado de huir”. Sentí que toda mi vida había sido una constante huida de mí mismo y, como el personaje de la novela, estaba cansado de huir. Quizá porque la huida no tiene destino… uno se va de dónde quiere huir, pero no busca llegar a ningún sitio…

¿Quién soy? ¿Qué quiero? ¿La vida va de trabajar o de hacer lo que quieres? ¿Va de que te acepten proyectos o de proyectar lo que quieres y, si encaja, bien y si no, a otra cosa? Yo he estado mucho tiempo mirando al horizonte, con el miedo de que en el horizonte no hubiera nada, estuviera vacío y la inacción me convirtiera en un muerto… como si la inacción fuera la muerte, como si hubiera aprendido a identificar la inacción con la defunción… como si ser dependiera del hacer y el no hacer fuera exhalar, fenecer, convertirme en la figura de mi padre muerto. Por eso de mirar al horizonte y por las novelas de Marcial que leía mi padre, la obra es un western y al teatralizarlo, el personaje protagonista se levantó como una seudo Hamlet que busca en las líneas de una novela la identidad difusa de su progenitor y la suya propia.

La aparición de un fantasma puede tomar muchas formas… para Shakespeare fue un espectro… para mí fue esa novela… al tocarla, al leerla, al olerla, yo veía constantemente a mi padre, al que perdí en el año 84, cuando tenía 7 años y pico. Lo veía empapado de su lectura, veía un casete (así lo pone la RAE) que tenía con música de western y que ponía constantemente en la cocina de la casa de mi abuela, cuando estábamos en el pueblo… ahora lo pienso y recuerdo hasta el sonido del correr de la cinta y la imagen del radio-casete encima de la nevera… Así que… como uno suele ficcionar (en la vida me autoengaño y en la escena me autosugestiono), vi cómo a través del tacto de la novela, podía rastrear el tacto de mi padre muerto, ese olor era el de mi padre (su olor real, no lo recuerdo), esas anotaciones a boli eran sus anotaciones (no recuerdo la letra de mi padre, aunque he tenido la suerte de verla no hace mucho)… esa sombra del pasado que cogía las botellas y los vasos con la idea de poder verse en el fondo de cada uno de ellos, mi padre, estaba ahora entre mis manos, narrando una historia, casi narrando su propia historia, la nuestra, la de todas y todos los que puedan encontrar en sus líneas alguna conexión consigo mismas, con el desamparo que te siembra en el alma crecer bajo el techo de una casa rota. Es curioso porque vivo en un último piso desde hace 14 años y solo después de terminar Telmah, el octavo o noveno arreglo del tejado, por fin, ha acabado con las goteras… como si el tejado solo se hubiera podido reconstruir después de Telmah.

Desde ese instante, recuerdo un camino como si fuera una pendiente… una pendiente cuesta abajo, fluida y muy, muy honda (tanto a nivel físico, como emocional)… incluso muy afectada… he sido incapaz de sujetar el llanto, mientras trataba de hilar las cosas que pasaban o las frases que articulaban los personajes, sus pulsiones, sus necesidades, pero sobre todo, sus carencias… creo que la obra es eso, un relato de las carencias del pasado para conocerse en el presente, un viaje de autodescubrimiento a través de la revelación de una pequeña, dolorosa y sanadora verdad… para mí, la obra ha sido como hacer las paces, como llorar a quien no tuve ni opción, ni permiso para llorar… como edificar un monte y liberar una catarata donde solo había un páramo oscuro y desierto… Pude, por fin, tocar con mis dedos las teclas de mi propio llanto, de mi propio dolor, de mi propia y acuciante sensación de desamparo… y al tocarlo, algo me ha hecho distinto, algo me ha hecho ser otro, algo me ha convertido en quien soy ahora… probablemente quien ya era, pero ahora con una herida curada, con una caricia dispensada, con un desahogo propiciado y necesitado a lo largo de los años…

Quizá ahora donde había herida, hay cicatriz y ese ya es un paso gigantesco… quizá ahora, me vea con la vida intacta, con la fe intacta, como cuando cruzaba la calle, llegaba al kiosko y le cambiaba a mi padre las novelas del oeste. Escribir esta pieza ha sido como ir a buscar una de esas novelas porque detrás de la acción, detrás de la búsqueda, había amparo, había cariño, había aceptación… Quizá quien me esperaba era mi propio padre, el mismo que desde el año 84 es una ausencia… Creo que la novela que yo compré en el rastro, me ha traído una paz que desconocía, que necesitaba y que hizo brotar a Telmah como cuando un gato se saca una bola de pelo… quizá me haya hecho rebrotar a mí mismo en una forma que solo conocía en los buenos ratos y que ahora me permite mirar a mis miedos y aceptarlos como parte de quien soy… quizá poder mirar los miedos propios permite la vida en toda su magnitud…

Debería terminar presentando a mis miedos, como os prometí al principio, pero los estoy mirando y, ahora, se están quietos mientras escribo… ahora me permiten ser mientras escribo, ahora están, miran, me acompañan, pero me permiten estar, me permiten escribir(me). ¡Qué buenos son ahora mis miedos!