Las Puertas del Drama
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Nº 56

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Wajdi Mouawad, el viaje de Edipo

Eladio de Pablo

En junio pasado, mi admirado Tomás Afán Muñoz, miembro del Consejo de Redacción de la Revista Las Puertas del Drama, me pidió que escribiera un artículo sobre el teatro de Wajdi Mouawad. No soy un especialista en la obra de este autor libanés/quebequés, sino que me considero un afortunado que un día leyó en la prensa una noticia acerca de un tal Wajdi Mouawad que atrapó de inmediato mi curiosidad y que condujo a que desde ese momento Mouawad fuera para mí una de las interpelaciones más apasionantes en el terreno moral, intelectual, teatral y humano en definitiva[1].

La noticia venía de la mano de Javier Vallejo, crítico teatral de El País, que titulaba así: Wajdi Mouawad reinventa la tragedia. Y proseguía:

Wajdi Mouawad. Retengan ese nombre. Es el artista asociado y protagonista absoluto del Festival de Avignon 2009. ¿Qué decir de él? Los calificativos no le cuadran, porque su trabajo es sustantivo. Cualquier elogio le quedaría como un lamparón, o un colgajo. Es un poeta del escenario. Sólo eso. Escribe con la respiración rítmica del corredor de fondo. Vivió en su  Beirut natal hasta los ocho años. Allí, desde lo alto de un edificio, vio cómo un autobús repleto de refugiados palestinos era acribillado por las milicias cristianas, al comienzo de la guerra civil libanesa. Sus padres se lo llevaron a París. Seis años después tuvieron que abandonar Francia. En Montreal, él y su familia corrieron mejor suerte. (Vallejo, 2009)

En aquel momento, yo estaba —y lo sigo estando— muy interesado en el tema de la posibilidad de la tragedia en nuestro tiempo. Soy un ferviente admirador de la tragedia ática, y creo firmemente que en ella reside la sustancia de que se nutre el mejor teatro universal.

Leí más críticas del espectáculo, más referencias en internet, vi algunos fragmentos, también el momento de la ovación final, y pedí inmediatamente a la editorial francesa los textos de la tetralogía (la trilogía se había convertido, con Cielos (2009), en tetralogía) de Mouawad. No bien recibidos, puede decirse que los devoré. Incluso me brindé como postre la tarea de traducir Incendies, tal vez de las cuatro la que, me pareció, nos pone sin ambages ante lo irreparable, la que destila ese aliento helado que agarrota el corazón al descubrir —irremediable, irreparablemente— que en el origen, que en el principio era el dolor y que no hay vuelta atrás que no conduzca a ese sufrimiento que nos constituye y que somos los  humanos sin remisión y del que extraemos nuestra sabiduría. El aliento trágico. Luego, por azares del destino, la editorial KRK inició la publicación de una colección de textos dramáticos y yo sugerí la idea de traducir para ella la tetralogía de Mouawad, lo que aceptaron de inmediato, y así fueron apareciendo sucesivamente las traducciones de Litoral (2010), Incendios (2011), Bosques (2012) y Cielos (2013). También quiso el destino que Pilar Yzaguirre contara con mi traducción para el montaje de Incendios dirigido por Mario Gas, con escenografía de Carl Fillion e interpretado por Nuria Espert, Ramón Barea, Laia Marull, Alex García, Carlota Olcina, Alberto Iglesias, Edu Soto y Lucía Barrado. El 15 de septiembre de 2016 tuve el privilegio de asistir al estreno de Incendios en el Teatro de la Abadía, una función inolvidable. Volvería a ver Incendios en abril de 2017, en el Teatro Jovellanos de Gijón, dentro de su gira por toda España, con un éxito abrumador.

Se da la circunstancia, o el azar, de que cuando recibo la llamada de Tomás Afán, yo acabo de leer Todos pájaros, publicada por La Uña Rota en traducción de Coto Adánez, y que me había producido un deslumbramiento semejante al causado por la primera lectura de IncendiosTodos pájaros constituye una nueva vuelta de tuerca a los temas tratados en su trilogía (Litoral, Incendios y Bosques; repito que Cielos[2], como afirma el propio Mouawad, se sale del camino hollado por estas tres obras). Dadas las limitaciones de un artículo como este —y de mi limitado conocimiento de la obra ya muy considerable de Mouawad— centraré mi análisis en estas obras.

Litoral, de Wajdi Mouawad
Fuente: colline.fr

Wajdi Mouawad es, pues, un autor de origen libanés que fue trasterrado a los diez años a Francia y luego, a los quince, a Quebec, donde encontraría su pasión por el teatro como actor, director y autor. Y particularmente, su pasión por la tragedia griega: “Descubrir la tragedia fue algo revelador. Me fascinó el carácter falible de los héroes griegos o el problema de la desmesura. Sófocles no deja de repetir que no hay que ser soberbio, porque nadie está a salvo de cometer lo inimaginable”, como refiere Álex Vicente (2014).

Como director escénico Mouawad dedicará un ciclo que abarca las siete tragedias de Sófocles y que culminará en el Théatre de la Colline de París con la representación de su obra Les larmes d’Edipe.

La figura de Edipo —no la del mito ni de su interpretación psicoanalítica o estructural—, del Edipo sofócleo —y en general toda la obra de Sófocles—, está en el centro del sentido profundo de la tragedia en Mouawad. La historia de Edipo que conocemos en el Edipo Rey de Sófocles es la de un hombre que quiere conocer sus orígenes y pone en ello todo el empeño, pese a saber o intuir que puede acabar tropezándose con el horror más insondable,

Edipo es el hombre común llevado a los más alto por circunstancias de azar, enredado en situaciones imposibles y que, a partir de un momento, solo quiere una cosa: comprender los hechos, comprenderse a sí mismo. Ver claro. Es un héroe intelectual a quien el éxito o fracaso dejan ya indiferente, como al filósofo platónico al que le importaba la justicia, fueran cuales fueran las consecuencias. (R. Adrados, 1999: 185-166).

Edipo Rey de Sófocles se abre con su protagonista en la cumbre de su fortuna, pues ha vencido a la Esfinge liberando a Tebas de su  terrible férula, ha desposado a la reina viuda y ha concebido con ella cuatro hijos. Edipo es rey de Tebas. Pareciera que, a estas alturas de su vida, tras burlar el peligro anunciado por los oráculos de que asesinaría a su padre y desposaría a su madre,  Edipo podría, como don Quijote, afirmar rotundamente: “¡Sé quien soy!” Y, sin embargo, debe emprender una indagación sin concesiones para averiguar quién es el asesino del rey Layo y así liberar a Tebas de la peste que la asola… No sabe Edipo que esa indagación es un viaje hacia sí mismo, hacia su propio pasado, que le revelará que Edipo rey no sabe en realidad quién es, y cuando llega a saberlo quedará devastado por el horror.

Pero en el ethos del personaje Edipo, esto es, aquello que define su carácter y que condiciona su obrar, está la voluntad de saber a toda costa, la insobornable honestidad intelectual del héroe, podríamos decir.

Edipo, el hombre juguete de la Fortuna. el hombre que se enreda en las oscuras contradicciones del mundo, es también el hombre que busca. Es, en verdad, en todo ello, un paradigma del hombre: del hombre solo, aislado, del hombre cualquiera que vence la tentación de la huida y lucha y busca. Aunque sea para comprender su propio fracaso. Con tal de saber, aceptará la verdad que será su ruina: ‘Estoy ante lo más horrible de decir’, afirma el siervo. ‘Y yo de oír. Pero hay que oírlo, sin embargo’. (R. Adrados, 1999: 185)

La indagación en el origen —la necesidad y hasta la bondad de esta indagación— es el hilo conductor de las tres partes de la trilogía (LitoralIncendies y Forets). Como lo es, igualmente, en Todos pájaros, con un nuevo y sorprendente matiz.

Origen y herencia (en este caso de la culpa de Layo, heredada por Edipo), ceguera y clarividencia, son temas que están en el centro de la historia del Edipo de Sófocles, temas que recorren toda la tragedia ática, que tanto leyó, adaptó y estudió Mouawad y sobre la que vuelve con una visión absolutamente contemporánea en las obras que he mencionado (y otras, como Un obús en el corazón, que tuve la fortuna de ver en el Teatro Palacio Valdés de Avilés con dirección de Santiago Sánchez e interpretada por Hovik Keuchkerian).

En 1992 —dice Mouawad en Le Sang des promesses, libro de notas de dirección (Actes Sud/Leméac), pedí una beca para ir a Líbano. Salí de allí con 8 años, y regresé a los 25″. «Pretendía volver a un país que había acabado por ser un fantasma en mi memoria, con la esperanza de que lo que en la infancia viví como una suma de horrores no fuera más que un mal sueño. Pero mi ilusión se esfumó. Ver los lugares olvidados fue un recuerdo espantoso, que me transportó a un pasado real. No fue tanto un viaje iniciático como una odisea, porque la odisea es un retorno hacia sí mismo. (Vallejo, 2009).

Litoral, la primera parte de la primigenia trilogía Le sang des promesses, narra una historia sencilla: Wilfrid, el protagonista, está haciendo el amor con una joven y, justo en el momento del orgasmo, suena el teléfono y recibe la noticia de que su padre, a quien no ha llegado a conocer, ha muerto. A su madre tampoco la había conocido, puesto que falleció como consecuencia del parto que lo trajo al mundo. Ahí tenemos las señas de identidad de Edipo; es decir, la ausencia de toda seña de identidad: “El niño abandonado puede serlo todo, puede no ser nada. Es un enigma, Un hombre desnudo, solo, que ha venido al mundo no se sabe cómo. Es la esencia más íntima de la condición del hombre, desprovisto, incluso de la cáscara social que le protege, de los padres”. (R. Adrados, 1999: 185). Wilfrid es el niño, en este caso el adolescente, que no sabe quién es y que, como Edipo —o como Segismundo—, va poner todo su empeño en descubrirlo. Y ser aquí significa pertenecer, el ser individual como lugar de paso de una corriente que viene de muy atrás y proseguirá más allá de nosotros, en la lejanía de los tiempos. El ser individual como una encrucijada donde está uno mismo pero también está el otro.

Litoral, de Wajdi Mouawad
Fuente: colline.fr

Algo similar ocurre en Incendios, segunda entrega de la trilogía: en el Quebec de 2003. Nawal  Marwan muere tras pasar los cinco últimos años de su vida en un silencio hermético. Nawal Marwan es libanesa y ha llegado a Quebec huyendo de la guerra que desgarró su país de 1975 a 1990. Como huyeron del Líbano Wajdi Mouawad y su familia, primero a Francia y luego a Quebec. Nawal Marwan tiene dos hijos gemelos, Jeanne y Simon, a quienes, en su testamento, pide que entreguen una carta a un padre que suponían muerto y otra a un hermano de cuya existencia jamás han tenido conocimiento. Ante Jeanne y Simon se abre la sima de un pasado que ignoran —y que sin embargo es el suyo—, el vértigo de perder de pronto la certeza de quiénes son en realidad, de cuál fue su origen, a qué historia pertenecen. Estos dos jóvenes deben reconstruir, pieza a pieza, palabra por palabra, el relato que dé sentido a su existencia, puesto que su existencia se abre ahora ante ellos como una incógnita a despejar.

La protagonista de Bosques es una adolescente, Loup, a quien un paleontólogo insta a emprender una indagación en su pasado para poder comprender su presente y asumirlo. ¿Por qué precisamente un paleontólogo? Pues porque reúne las condiciones del historiador y del antropólogo, porque puede ir más allá del ámbito histórico, adentrarse en la espesura del bosque de lo mítico, de lo arquetípico, para tratar de hallar una explicación al presente, y esa explicación hay que ir a buscarla remontándose en las generaciones, en los sueños y pesadillas de los que nos antecedieron, adentrándose en la espesura de sus deseos, de sus amores y de sus crímenes.

Y así comienza un nuevo viaje de descubrimiento a los orígenes, una búsqueda de la identidad a través de la memoria del pasado, realizada esta vez por una muchacha adolescente, que, ascendiendo en su linaje mientras sigue la estela de siete mujeres que la antecedieron,  retrocederá en el tiempo desde el año 2006, que es su presente, hasta 1989, año de su nacimiento, de la caída del muro de Berlín y de la masacre de Montreal, en la que murieron asesinadas catorce mujeres, hasta la segunda guerra mundial (1939-1945) y el Holocausto, la guerra de 1914 y la guerra franco-prusiana de 1872.

Lo mismo que el joven Wilfrid, en Litoral, viaja al Líbano para encontrar que él pertenece más al Líbano que a Quebec, los jóvenes Jeanne y Simon llegarán a comprender que su vida en Quebec no es más que una vida des-colocada, des-localizada, si se me permite la expresión, que los referentes que creían hasta ahora suyos, sólo eran un escenario postizo que los acogía, pero en el que jamás podrán reconocerse, o mejor dicho, conocerse verdaderamente.

Litoral, de Wajdi Mouawad
Fuente: colline.fr

La joven Jeanne, hija de Nawal, que es profesora universitaria en Québec, recibe, con el testamento de su madre, una revelación, que, insisto, la des-coloca. Su padre al parecer sigue vivo y tiene un hermano del que no ha oído hablar jamás. Las coordenadas de su mundo se han visto súbitamente trastocadas. Ella da clases de matemáticas teóricas y, en particular, sobre grafos y visión periférica[3]. Pone a sus alumnos un ejemplo práctico que consiste en imaginar una casa como un pentágono en cada uno de cuyos ángulos se encontrase un miembro de la familia (madre, padre, abuela, abuelo, hijo), de suerte que cada uno de ellos, desde su posición, tiene una particular visión periférica de su familia, o de algunos miembros de ella. Pero, de pronto, el pentágono deja de serlo, se convierte en hexágono, en octógono, en un polígono tal vez indefinible.

La metáfora no es sólo brillante: es sobrecogedora. Porque Jeanne descubre que los nuevos lados del polígono que ella no veía hasta ahora están anegados en sangre de sus semejantes y en la suya propia, que hay guerras y violaciones y asesinatos en las esquinas insospechadas de su casa-polígono, y que ella pertenece a eso, y que eso es  incomprensible y que, sin embargo, debe abrazarlo, acogerlo, asumirlo como propio, o renunciar a ser.

Pero, en el caso de Incendios, como en las demás obras a que nos referimos, no se trata del caso aislado de una familia determinada, Mouawad tira por elevación y señala a toda la humanidad, nos señala a todos, y tal vez, de modo muy particular a los que vivimos nuestra tranquila, democrática y apacible vida en el reducto occidental preservado de las guerras, de las hambrunas, de las migraciones violentas, del confinamiento en campos de refugiados, de los genocidios… Lo que Mouawad sugiere con las clases de Jeanne sobre la teoría de los grafos es que la humanidad, o una buena parte de ella, está radicalmente descolocada, que la visión periférica que cada uno creemos poseer de nuestra familia, de nuestro sociedad, etc., es intrínsecamente errónea, y que acceder a esa verdad, a esa revelación, es un paso fundamental que nos conduce a la consciencia y… al horror.

Incendios, de Wajdi Mouawad.
Fuente: colline.fr

Al situar como protagonistas casi absolutos de sus obras a jóvenes, incluso muy jóvenes como el caso del adolescente Wilfrid en Litoral o de Loup en Bosques, el pasado que opera en las obras de Mouawad no puede entenderse como un pasado individual, biográfico diríamos. Es el pasado de la estirpe, o más bien de la tribu, en primer término. Estos jóvenes, cuando nacen, ya nacen marcados, ya son, independientemente de su peripecia personal e incluso de su voluntad. Y el reencuentro de esto que son sin saberlo, y para saberlo, es lo que constituye este viaje que realizan, tanto en Litoral como en Incendios, estos jóvenes personajes, a su Líbano de origen (viaje de regreso del propio Mouawad, que hace su particular catarsis a través del acto creativo), viaje exterior e interior, porque, por un lado descubrirán lo que los constituye a pesar de sí mismos, y los transformará irremediablemente en lo que serán en adelante con toda consciencia, con dolorosa consciencia.

En la Grecia clásica, la tragedia “marca una etapa en la formación del hombre interior, del sujeto responsable” (Vernant, 1987:17). La tragedia ática se complacía en mostrar héroes, como Edipo, portadores de una culpa heredada y realizando actos que están preescritos, predeterminados, y de los que, por tanto, no podría exigirse responsabilidad al héroe. Y, sin embargo, en el centro de la tragedia antigua se sitúa el tema de la responsabilidad del héroe ante sus actos, puesto que éste es el agente y no lo es de los mismos. Edipo mata a su padre y desposa a su madre. Estaba predestinado a hacerlo. Y lo hace. Y se hace responsable de ese acto “cuyo verdadero sentido se sitúa más allá de él y se le escapa, de suerte que no es tanto el agente el que explica el acto, sino más bien el acto el que, manifestando posteriormente su significación auténtica, vuelve sobre el agente, descubre lo que éste es y lo que realmente ha realizado sin saberlo” (Ibid:82).

El caso de Nihad Harmanni (hijo de Nawal en Incendios, y padre y hermano de Jeanne y Simon tras haber violado a su madre) ilustra perfectamente, palabra por palabra, estas afirmaciones. No hubo un oráculo que vaticinase que un día se convertiría en el torturador y violador de su madre con la cual tendría dos hijos gemelos que serán sus hermanos. Pero sus actos, de los que no es el dueño, por más que disfrute asesinando y obteniendo bellas fotografías de sus asesinatos, un día se le revelarán en toda su dimensión trágica, un día le conducirán al silencio que sobreviene cuando la verdad se hace presente. Los actos de Nihad vuelven sobre él, (le) descubren lo que es y lo que realmente ha realizado sin saberlo. 

Incendios, de Wajdi Mouawad.
Fuente: colline.fr

Como un relámpago, la conciencia de Nihad se abre a la verdad de lo que es, de lo que ha sido sin saberlo. Una verdad que anonada. Porque es una verdad que nace de lo incomprensible, y deja al hombre expuesto en carne viva ante el dolor, la crueldad, el crimen, la sangre derramada… La agnición del personaje es brutal, el momento en que Nihad, tras leer la carta de su madre, comprende todo, es el momento en que personaje y espectador quedan sobrecogidos, presas de ese “temor reverencial” ante lo incomprensible de que habla Bentley (1985:262), “temor reverencial” ante lo que nos excede y al tiempo nos constituye, temor que para Bentley es la manifestación de la catarsis trágica.

Todos pájaros “despliega, como prolongación de Le sang des promesses, una genealogía no ya femenina como era el caso de Bosques, sino más bien masculina a través del retrato de tres hombres” (Diaz, 2018): Etgar, el  abuelo (n. a finales de 1930), David, el hijo (n. en 1967) y Eitan (n. a principios de 1980). Escrita después de los atentados del 11 de septiembre de 2001,  y haciéndose eco, entre otras, de la Shoa y de las matanzas de Sabra y Chatila, narra otro viaje al origen con resultados sorprendentes, protagonizado, una vez más, por dos jóvenes, que se conocen por azar en Nueva York y se enamoran locamente el uno de la otra: Eitan, investigador genético de origen israelí nacido en Alemania, y Wahida, doctoranda de origen árabe. Este amor va a enfrentar a Eitan con su padre David, feroz defensor de la herencia y de la tradición familiar judía. Pero, como decimos, Eitan cree en las leyes de la genética, no en las de la herencia. “El dolor no se transmite”, dirá Eitan a su abuelo Etgar, superviviente de los campos de concentración. “La transmisión, tal como tú la concibes, no existe, la única transmisión que existe es genética, y lo genética es sorda y ciega a cualquier afecto, a cualquier dolor. (…) ¿Cómo explicar si no que no aprendamos nada, que generación tras generación volvamos a empezar? Si los traumas marcasen algo en los genes que transmitimos a nuestros hijos, ¿crees que nuestro pueblo, hoy, haría padecer a otro la opresión que él mismo padeció?”  (Mouawad, 2020).

Bosques, de Wajdi Mouawad.
Fuente: canada-culture.org

En una entrevista con Josephine El-Khazen, Mouawad alerta sobre “el peligro de la correlación entre identidad y origen. Yo digo siempre que mi origen es libanés pero que mi identidad no es la misma hoy que hace diez años. La identidad continúa evolucionando, está ante mí. No está fijada por el origen, eso es una ilusión. (La identidad) es una construcción activa con los otros, con uno mismo, es el camino, pero no es el hogar. Es la confusión entre identidad y origen la que crea el  problema.” (2017) La identidad, dirá Mouawad en otra parte, es una emigración.

Más arriba hablamos del “ser individual como una encrucijada donde está uno mismo pero también está el otro”.

A la pregunta sobre qué influencia tiene o ha tenido en su vida la confesión cristiana maronita, Mouawad responde:

En mi infancia, ella me ha dado lo esencial de lo que podríamos llamar valores morales de base, Me ha llevado a comprender que no se puede vivir sin establecer relación con el otro. Una de las primeras cosas que aprendemos es: amarás a tu prójimo como a ti mismo. Un día esta idea acabó por hacer surgir una pregunta: ¿quién es ese famoso prójimo? Esta religión nos revela que, según ella, el prójimo es la persona más alejada de nosotros. Es una idea que he encontrado siempre espléndida. Son evidentes, en la vida adulta, las dificultades, el esfuerzo, el odio, la cólera, la rabia que suponen estar frente a alguien que es muy diferente de ti y con quien estás en desacuerdo. Que nos descoloca absolutamente. Esta idea me impactaba. Ella ha despertado en mí la pasión, el gusto por la aventura. Ir hacia el otro, a veces, es como adentrarse en un bosque virgen. (Coté, 2005).

Pero, ¿y si el otro es uno mismo?

Todos pájaros nos hace asistir a una agnición tan devastadora como la de Nihad Harmani en Incendios: David, el padre de Eitan, el hombre que se siente depositario “de la culpa específica de nuestro pueblo”, el pueblo judío, “La culpa del superviviente. (Que) guía cada una de nuestras decisiones y me libera de todo” (2020:49), ese hombre descubre que, en realidad, es un palestino que Etgar recogió recién nacido durante la matanza de Sabra y Chatila, y lo adoptó, y lo hizo pasar por su hijo, y lo educó como judío. El prójimo más lejano estaba dentro de sí mismo.

Edipo, persiguiendo al asesino de su padre Layo, acabó averiguando, tras un viaje (auto)revelador, que el asesino era un tal Edipo, el de los pies hinchados.

BIBLIOGRAFÍA CITADA

Bentley, E. (1985). La vida del drama. Paidós Estudio. 

Coté, J. F.  (2005).  Architecture d’un marcheur. Entretiens avec Wajdi Mouawad. Leméac editeur.

Diaz, S. (2018). Tous des oiseaux. Actes Sud. 

Mouawad, W.  (2010).  Litoral. KRK ediciones.

Mouawad, W. (2011). Incendios. KRK ediciones. 

Mouawad, W. (2012).  Bosques. KRK ediciones. 

Mouawad, W. (2013).  Cielos. KRK ediciones.

Mouawad, W. (12 de diciembre de 2017). Ir hacia el enemigo contra tu propia tribu es también el papel del teatro. Entrevistado por Josephine El-Khazen. L’Orient.  https://www.lorientlejour.com/article/1089037/wajdi-mouawad-aller-vers-lennemi-contre-sa-propre-tribu-cest-aussi-le-role-du-theatre.html.

Mouawad, W. (2020). Todos Pájaros. La uña rota.

Rodríguez Adrados, F. (1999). Del teatro griego al teatro de hoy. Alianza Editorial.

Vallejo, J. (4 de julio de 2009). Wajdi Mouawad reinventa la tragedia. El País. https://elpais.com/diario/2009/07/04/babelia/1246662375_850215.html

Vernant, J.P y Vida-Naquet, P. (2002). Mito y tragedia en la Grecia Antigua, Editorial. Paidós, 

Vicente, Á. (7 de febrero de 2014). El rey de la tragedia se llama Wajdi Mouawad, El País. https://elpais.com/cultura/2014/02/05/actualidad/1391606496_023643.html