Las Puertas del Drama
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Nº 56

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Semblanza mínima de Josep M. Benet y Jornet

Adelardo Méndez Moya
Josep Maria Benet i Jornet.
Fotógrafo: Chicho. Fuente: CDAEM

A Carlota, sobre quien escuché mucho —todo bueno—
y con quien comparto recuerdos, aunque sólo nos vimos
una vez (estreno madrileño de Testament en el María Guerrero).
Gracias por haber tenido un padre así.

Josep Maria Benet i Jornet es un referente más que obligado y merecido para conocer el teatro actual. Su obra se impone como imprescindible en el intento de establecer una panorámica de la dramaturgia occidental desde mediados del siglo XX hasta la actualidad. La incidencia, presencia, significado e influencia que logró y mantuvo a lo largo de toda su vida en el teatro español (merced a traducciones estrenadas y publicadas) y, sobre todo, de forma muy destacada, en el ámbito del catalán lo destacan como uno de los más relevantes creadores escénicos de la época, sin ningún género de duda ni cuestión.

He tenido (y espero que esta dinámica no se interrumpa) ocasión de hablar en público o por escrito sobre la producción de Benet i Jornet en diversas ocasiones, más de una docena. Pero siempre sobre su teatro, de sus piezas. Hoy, gracias a la siempre generosa y bienvenida invitación de Jerónimo López Mozo, me dispongo a hacerlo una vez más… Pero no solo de sus textos espectaculares, que también (aun a vuelapluma), sino sobre el Benet i Jornet que conocí, el ser humano, en definitiva, calidad inseparable de su faceta de autor.

Tuve el privilegio, la suerte y el orgullo de ser amigo de Josep M. Benet i Jornet, Papitu. En inicio, fue una relación buscada por mí, provocada por la admiración y el aprecio hacia su teatro. Tal tesitura (a partir del conocimiento de la obra, acceder al creador, por mi parte) se ha producido en numerosos casos, con resultados estupendos, por lo general. De ahí he podido establecer y cultivar amistades que, en algunos casos han llegado a ser poco menos que fraternales, en otros de franco y honesto respeto y aprecio, algunos también hubo fallidos (por suerte, los menos)… Papitu fue siempre de los buenos buenos. Entiendo que, quizás, más por mi parte que por la suya, sobre todo por sus múltiples ocupaciones y actividades, a lo cual se añade la distancia física (él en Barcelona, yo en Málaga), y no así por la diferencia de edad (25 años). Nos entendíamos muy bien, hablábamos con frecuencia por teléfono —sin objeto en concreto, por el placer de charlar— y cruzábamos cartas, libros… Tuve la fortuna de traerlo a intervenir más de una vez a los ciclos que dirigí para distintas instituciones malagueñas, y siempre que iba a Barcelona, sin excepción, nos veíamos, comíamos juntos, me invitaba al teatro… Desde mediados de los años 80 del siglo pasado Papitu Benet fue una compañía estupenda y permanente, si bien discontinua, en mi existencia.

Motín de brujas, en el Teatro María Guerrero, de Madrid.
Fuente CDAEM

El primer calificativo que me viene a la cabeza al pensar en él es BUENO. Con mayúsculas. No abundan personas tan generosas, honestas, divertidas, entrañables como Benet i Jornet. Siempre accesible y de buen humor, siempre inteligente y brillante… Podría relatar numerosas anécdotas que nos sucedieron juntos, pero no sé si este resulta el lugar idóneo para hacerlo. Me resisto a no incluir alguna: nos situamos en 1995. Ambos formamos parte de la junta directiva de la Asociación de Autores de Teatro. Él no asistía a las reuniones, imposibilitado por incesante trabajo; yo sí. Tras cada sesión, a los dos o tres días me llamaba para que le pusiera al corriente de lo tratado. Bien… Se dirimía el Premio Nacional de Literatura Dramática, al cual Benet i Jornet estaba nominado por dos textos (Fugaç y E.R.), junto a autores como Lauro Olmo, Buero Vallejo, Alberto Miralles, Domingo Miras, Martínez Ballesteros o Antonio Álamo. Por las informaciones que me llegaban, los favoritos eran Lauro —era el último año en que se lo podían conceder, pues había fallecido ese mismo ejercicio— y Antonio Álamo. Y así informé a Papitu: lo tienes bastante crudo. El jurado debatió, un viernes por la tarde, y… Sábado siguiente, por la mañana, al despertar veo parpadear el avisador del contestador automático del teléfono. Debo decir que mi mensaje de bienvenida en dicho artefacto venía a ser: “Hola. El contestador está de vacaciones. Le habla el frigorífico. Puede dejar su mensaje después de oír el piiiiip.” Ignoraba que, tras esta tontería, el cacharro saltaba los mensajes que contenía la cinta hasta alcanzar dónde ubicar el nuevo, y mientras sonaba música. El mensaje de Papitu vino a ser: “Adelardo. Deberías decir que después del piiiiip, suena (Tararea): naní naní nanininoninoni naní naní nanininoninoni. (Pausa.) Lo tenía crudo para el Premio Nacional, ¿eh? ¡Pues me lo han dado!”. Fue por E.R. y me significó un revolcón de alegría. Le devolví la llamada de inmediato, tras recuperarme de las carcajadas, y nos pusimos al corriente de cómo había sucedido.

La desaparició de Wendy. Dirección de Oriol Broggi. Sala Beckett de Barcelona, 2016.
Fotógrafo: David Ruano. Fuente: CDAEM

Papitu fue y es un hombre genial. Siempre positivo, con las ideas muy claras. Amigo fiel y dispuesto de sus amigos (aquí podríamos mencionar a Feliu Formosa, José María Rodríguez Méndez o Martínez Ballesteros —a quien me presentó el propio Benet, y, con el tiempo, se convirtió en una suerte de hermano mayor y una inmensa fuente de disrute y estudio para mí—, entre los de su generación; entre más jóvenes, a quienes siempre respaldó, apoyó y ayudó en todo podemos nombrar a Sergi Belbel, Toni Cabré, Rodolf Sirera, Lluïsa Cunillé o Narcís Comadira, entre dramaturgos; Rosa María Sardá y Emilio Gutiérrez Caba, entre muchos, entre intérpretes…), siempre tenía expresiones de elogio hacia ellos, en todos los casos sacaba aspectos positivos, incluso de lo que no iba demasiado bien, y siempre en tono de excelente humor. En una única ocasión vi a Benet triste y muy enfadado: quedamos en una cafetería y él venía de ver en el hospital a su gran amigo Ramón, Terenci Moix, diagnosticado de cáncer… y que seguía fumando a escondidas. Me lo refirió entre lágrimas y maldiciones.

Ai, carai. Dirección de Rosa Maria Sardá. Teatre Lliure de Barcelona, 1989.
Fotógrafo: Ros Ribas. Fuente: CDAEM

En sus casas (no porque tuviera decenas, sino porque yo conocí tres: una en El Ventalló, para pasar periodos vacacionales, y dos en Barcelona, Carrer Valencia con diagonal y Balmes, una detrás de otra), en los teatros —sobre todo, el Romea, por aquellos años espacio escénico de la Generalitat—, en librerías, en restaurantes y cafeterías… Siempre hubo conversaciones llenas de interés y pasión, de inteligencia y risas, de talento y sabiduría, de tolerancia y simpatía… Y me refiero, como es natural, a por parte suya, no mía. Y siempre sus pasiones como tema de conversación: amistades, situaciones, sucesos, anécdotas… Por encima de todo, dos: su hija Carlota, hacia quien sentía un amor incondicional y reverencial, de quien siempre hablaba con orgullo, satisfacción y amor total; y su trabajo como escritor. Y a éste me dedicaré en el espacio que me queda.

Benet i Jornet fue, sobre todo y por encima de todo, un hombre de teatro. No sólo —o, mejor, más allá todavía— en su condición de autor, sino como lector y espectador. Sabía muchísimo de teatro, siempre certero en sus apreciaciones, al tiempo que siempre abierto, nunca dogmático. Apreciaba mucho escuchar argumentos y opiniones ajenos razonados, y a los demás nos encantaba escucharlo a él. Se aprendía mucho. Su doble y complementaria naturaleza de creador y receptor contribuín al máximo en convertirlo en un completo hombre de teatro, en toda la extensión de la expresión. Su pasión y su talento desmedidos le condujeron a alcanzar las más elevadas cumbres del arte espectacular literario. El teatro catalán actual, en todas sus vertientes, no se puede entender sin él y sus textos. A lo largo de décadas ha sido el autor más representado y con más continuidad en los escenarios del ámbito lingüístico de Cataluña, actividad que se extendió a los teatros del resto de España, de Francia o de Italia, entre otros. No escribió la pieza más conocida, popular y representada de una época (este honor recayó en El retaule del flautista, de Jordi Teixidor), pero sin ningún género de dudas es el autor más destacado, relevante, significativo y reconocido de la escena catalana de la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI.

El teatro de Benet i Jornet resulta de imposible (e indeseada) clasificación esquemática o adscripción a un único grupo o a una tendencia teatrales. En realidad, se autentifica merced a su versatilidad, y, por tanto, escapa a cualquier clase de encasillamiento, siempre limitado y defectuoso.

Desig. Dirección de Sergi Belbel. Teatre Romea, 1991.
Fotógrafo: Ros Ribas. Fuente: CDAEM

La irrupción de Benet i Jornet en el teatro catalán implica una renovación total y la integración, en el acto de arte escénico, de un elemento hasta entonces insólito: la realidad. Problemáticas, situaciones, conflictos, expresión dialogal de los personajes… Todo ello procedente del auténtico contexto existencial del que procedían y en el que se ubicaban. Con Una vella, coneguda olor (1963) se inicia un movimiento de implicación y vinculación del teatro con la sociedad catalana, con todo lo que ello conlleva. De otra manera: la aparición del citado espectáculo es equiparable, con las diferencias, las distancias y los matices que se quiera, al efecto y resultados del estreno, en 1949, de Historia de una escalera de Buero Vallejo en el espectro dramático español.

Dues dones que ballen. Dirección Xavier Albertí. Teatre Lliure de Barcelona, 2011.
Fuente: CDAEM

Otro tipo de autor, tal vez con menos talento y más acomodaticio, habría mantenido esa línea estética y temática realista el resto de su trayectoria. Benet i Jornet, por su parte, realiza justo lo contrario. Tras este inicio, influido por Buero y los miembros de la llamada Generación Realista (más Rodríguez Méndez, Lauro Olmo y Muñiz, menos Martín Recuerda y otros), se continúan los textos, con diferente solución de continuidad, desarrollados en muy diversas claves, tanto estéticas como formales, como de contenidos: piezas fantásticas se combinan con realistas; dramas históricos o recreaciones mítico-literarias se alternan con obras inmersas en la más rabiosa actualidad; obras de vocación infantil se unen a textos de complejos tratamiento y exposición, complicados incluso para mentes adultas cultivadas; dramas y tragedias no impiden incursiones en el terreno del humor y la comedia; desde acciones muy corales y plurales a otras en todo punto intimistas; teatro del todo vital se da la mano con ejemplos escénicos de existencialismo, con alguna proximidad al cierto nihilismo; propuestas simples, en apariencia, se sitúan al lado de otras connotativas; etc., etc.,… hasta completar una de las dramaturgias más completas, variadas, certeras y magistrales que se pueden conocer.

Estamos ante un teatro que alcanza y afecta a todos los ingredientes de la existencia, con fundamental importancia del elemento ético y de los sentimientos. Para Benet (y no pretendo, ni mucho menos, que se trate de un caso único y excepcional) la vida es el teatro, y, en correspondencia, éste debe formularse como un trasunto de aquella. Y de ahí, creo, su multiplicidad y pluralidad expresiva, de vías de transmisión, de temas y de sistemas.

L’habitació del nen.
Fotógrafo: Ros Ribas. Fuente: CDAEM

Su dramaturgia supera la cuarentena de piezas teatrales, a las que cabría añadir sus volúmenes de memorias (La catástrofe de ser un nen y Material d’Enderroc), su volumen de escritos críticos (La malícia del text), un cuento infantil muy divertido (Fideuet i la maldat amb potes) y versiones noveladas de algunas de sus series para televisión (Viuda pero no demasiado y Poble Nou), amén de artículos y conferencias, para completar su corpus literario. Entre sus espectáculos más notables se incluyen la mencionada Una vella, coneguda olorLa desaparició de Wendy con Brecht de fondo, la coral Revolta de bruixes —con sucesos extraños, inexplicables, en el contexto de su estreno en su versión al castellano—, Ai, carai!, muy divertida comedia de latrocinio, ejercicios infantiles como Taller de fantasia, SupertotEl tresor del pirata negre y Carlota i la dona de neu, tragedias perturbadoras como Descripció d’un paisatge y Fugaç, la no siempre bien entendida Desig, la dramatización histórica de El manuscrit d’Alí Bei, sus versiones, más o menos libres para escenario de Història del virtuós cavaller Tirant Lo BlancLa Ventafocs y La plaça del Diamant de Mercè Rodoreda, el drama sobre los sentimientos de perduración y del amor en un ámbito de homosexualidad que es Testament, el amor filial no siempre positivo de L’habitació del nen, sus muy intensas piezas breves con la agrupación Apunts sobre la belleza del temps a la cabeza, la descacharrante actividad descerebrada de una madre asesina en supuesto favor de su hijo en Això, a un fill, no se li fa, el magnífico relato escénico metateatral en que consiste E.R., el reencuentro con su primera obra que se lleva acabo en Olors o sus textos más recientes, de claro talante intimista, SoterraniDues dones que ballen y Com dir-ho?

Testamento.
Fotógrafo Ros Ribas. Fuente: CDAEM

Me dejo algunos títulos, bastantes, pero como demostración indicativa me parece suficiente. En definitiva, insisto en ello, un teatro versátil, plural, variopinto, que apela a nuestra conciencia al tiempo que a nuestros sentires, que no se conforma con lo conocido y busca evolucionar. No se trata de un teatro experimental (según se entiende la expresión), pero, desde luego, no carece de experimentalismo. Un teatro que juega y hace disfrutar, aunque desde las tablas se nos presenten situaciones dramáticas desgarradoras, terribles o deleznables. Teatro de diálogo, de debate, de discusión, de confrontación con problemáticas, tanto en escena como fuera de ella por parte de los espectadores. Un teatro extraordinario y magnífico.

Esta fue la faceta esencial de su vida, pero también participó con éxito sobresaliente en otros ámbitos, entre los que destaca la televisión. En 1984 se inició la realización y emisión del primer curso de catalán audiovisual por televisión: Digui, digui. En los distintos capítulos, hasta 60, se incluía un espacio dramático, de ficción, por entregas, para incrementar el interés del alumno o interesado. A lo largo de su andadura, el programa ofreció dos historias: Una hora en blanc (con Juanjo Puigcorbé y Pepe Rubianes de protagonistas) y La avinguda del Desastre (protagonizada por Pep Muné, Pau Ribas y Anna Lizarán), ambas de Benet i Jornet. Me parece muy significativo que se recurriera a él en esta experiencia pionera. Después vinieron series tan emblemáticas como Poble Nou, Nissaga de poder, Amar en tiempos revueltos o Amar es para siempre, entre otras. No considero necesario extenderme sobre el particular, y tampoco podría hacerlo, llegado el caso, pues estas líneas deben concluir.

Josep M. Benet i Jornet, Papitu, el mayor autor del teatro catalán actual, el gran hombre, el amigo, merece mucho más detenimiento y una pluma más capaz que la mía… Pero es lo que hay. En todo caso, quiero mucho a Papitu y lo admiro sin reservas. Me limito a dejar constancia de ello.

Salud.