Crítica: Juicio expresado, generalmente de manera pública,
sobre un espectáculo, una obra artística, etc. (R.A.E.)
Llegando ya al final del primer cuarto del siglo XXI ¿podemos afirmar que sigue existiendo la crítica teatral en la acepción citada de la Real Academia Española? Desde mi punto de vista, existe pero está dando los últimos estertores. Varias razones han propiciado esta progresiva desaparición. Lo que tengo meridianamente claro es que la crítica no tiene ya el poder que Mariángeles Rodríguez Alonso, en su obra La crítica teatral en España, del franquismo a la Transición, (Iberoamericana Vervuert, 2017) le atribuye cuando afirma:
Durante el franquismo el sistema teatral deviene eminentemente privado, el negocio teatral se rige fundamentalmente por la taquilla. En este orden de cosas, una buena crítica constituye un elemento esencial para el éxito de una comedia y, por consiguiente, para la prosperidad del negocio. Una mala crítica podía, sin embargo, desanimar al público potencial a consumir este producto y llevarlo a optar por cualquier otra oferta teatral.
Ya en el sistema teatral español actual el sector público tiene casi mayor importancia que el privado y la permanencia de una obra en cartel no viene marcada, generalmente, por el éxito o fracaso económico. Los teatros están programando espectáculos con temporadas cerradas, con fecha de finalización. Si acaso, ante un éxito claro, prevén su reposición en las temporadas siguientes.
Desinterés editorial. Consultando el extraordinario trabajo de Fernando Doménech y Eduardo Pérez-Rasilla, Historia y antología de la crítica teatral española (1763-1936), editado por el CDN, produce un enorme desasosiego comprobar cómo el que podemos considerar un género periodístico más (la crítica) apenas tiene cabida en los medios de comunicación actuales. Sobre todo durante el siglo XIX, las críticas de algunos estrenos sonados llegaban a estar en las portadas de los diarios. Hoy, eso es impensable. Apenas hay espacio para estos comentarios y, desde luego, las críticas no se publican con la inmediatez de antaño. No es raro que alguna aparezca cuando el espectáculo criticado ya no está en cartel. Lejos han quedado las madrugadas de espera, tras un estreno, a la salida de los periódicos para ver qué se decía sobre ellos. Y eso que la hora de los estrenos se ha adelantado considerablemente. Ya no es a las diez y media o a las once de la noche. Los críticos llegarían perfectamente al cierre de sus medios contando, además, con la tecnología que permite la transmisión de datos desde numerosos dispositivos. De los medios de comunicación audiovisuales, mejor no hablar. Sí prestaremos atención a los digitales.
La multiprogramación. Este término se ha generalizado en la última década para referirse a las ofertas de los teatros privados. Por el momento, no afecta a los públicos. Los empresarios tuvieron que optimizar sus locales, programando varios espectáculos simultáneamente. Los hay que, en Madrid, pueden tener hasta tres distintos en cartelera. Y alguno ofrece un título distinto cada día. Ello ha dado origen a una oferta desmesurada que incide negativamente en la crítica. No hay profesional de la misma que pueda cubrir ni siquiera la mitad de los estrenos semanales. Así que la mayoría de ellos se quedan sin reseñar. Además, y aquí sí aparecen los teatros públicos, algunos espectáculos se programan para dos o tres representaciones únicamente. Los críticos se encuentran con el riesgo de publicar sus comentarios cuando la obra ya no puede verse. O sea, que tampoco les hacen críticas.
Las revistas. Se tienen noticias de revistas dedicadas monográficamente al teatro desde el siglo dieciocho. En el siguiente, cuando los teatros privados comenzaron a proliferar a partir del primer tercio, se incrementó el número de estas publicaciones, muchas de ellas de corta existencia. Hoy constituyen un fondo imprescindible para los investigadores. El siglo XX alumbró igualmente revistas especializas en las que la crítica compartía páginas con las entrevistas, las fotografías, las biografías o los reportajes. Avanzado este siglo sobreviven con dignidad algunas como Primer Acto, ADE y esta que leen. Gracias a ellas los estudiosos futuros tendrán alguna documentación fidedigna e imparcial. Porque existen otras revistas que se distribuyen gratuitamente y que, al depender su existencia de la publicidad, no incluyen la crítica porque se arriesgarían a que los criticados negativamente retiraran sus anuncios. Se nutren con el material promocional que distribuyen las propias productoras por lo que, casi todas ellas, tienen los mismos contenidos.
De las giras al bolo. La crítica de los medios locales tenía utilidad para los espectadores cuando las compañías realizaban giras, con paradas de varios días en las ciudades importantes. El crítico acudía a la primera representación e, inmediatamente, publicaba su opinión. Como la compañía todavía seguía en la ciudad, los lectores ya tenían alguna referencia sobre el espectáculo ofrecido. Hoy ya no existen las giras como se hacían antaño. Se han sustituido por los bolos. Incluso en la grandes ciudades, raro es el espectáculo que permanece más de dos días. Así que la crítica local deja de tener utilidad como referencia.
Internet. La universalización de esta red ha supuesto una auténtica revolución en las comunicaciones de la Humanidad. Cuando en los países desarrollados la mayoría de su población ya tenía acceso a la red, comenzaron a publicarse los diarios digitales. Su uso ha tardado en generalizarse como negocio, pero hoy compiten con los medios tradicionales y, para el sector joven de la población, son su única fuente de información. Los periódicos digitales comenzaron con acceso gratuito a todos sus artículos pero, mes a mes, fueron encriptando contenidos buscando la suscripción del lector. Todavía les queda un camino por recorrer para que los internautas accedan a pagar por lo que hasta hace poco tiempo, tenían gratis. Esta implantación digital ha obligado a las cabeceras tradicionales y, en general, a todos los medios, a contar con ediciones exclusivas para la red, cuyos contenidos deben actualizar constantemente. Los periódicos digitales suelen incluir esporádicamente críticas teatrales y contenidos sobre la escena. Conviviendo con ellos están las otras fórmulas de difusión, que son las publicaciones monográficas. En España hay decenas de páginas dedicadas en exclusiva a la escena, algunas de ellas circunscribiéndose a los espectáculos musicales, cuyo auge es innegable. ¿Pueden estos digitales ejercer la crítica libremente? Yo creo que no. Como decía sobre las actuales revistas, la vida de ellos depende en gran medida de la publicidad de las productoras, ya que no acostumbran en tener suscriptores de pago. Si publicaran una mala crítica de sus anunciantes, correrían el riesgo de perderlos. Donde sí existen más posibilidades de ser imparciales es en los denominados blogs. Cualquier aficionado al teatro con algunos conocimientos de informática puede crearse una publicación de este tipo en la que exponer sus opiniones y sus críticas. Si son negativas, posiblemente les retirarán las invitaciones para acudir a los espectáculos. Pero algunos blogueros que no temen estas represalias se manifiestan con libertad. El aspecto negativo de los blogs, es que sus titulares pueden utilizarlos contra sus enemigos, o contra profesionales que no encajan con sus gustos. Es decir, que la imparcialidad tampoco está garantizada con ellos. Por reseñar algunos de estos blogs críticos, citamos Stanislavblog, alojado en El Español, Kritilo.com, La última Bambalina o El teatrero.com. Un detalle que ha pasado inadvertido, y del que tiene la culpa internet como medio de información, ha sido la desaparición de la cartelera de espectáculos en los diarios escritos. Ya nadie consulta programación u horarios en ellos: lo buscan por internet.
Redes sociales. Complementando el apartado anterior, me refiero a las denominadas redes sociales, vehículos de comunicación muchas veces efímeros pero cuyo anonimato facilita usarlas para las críticas o para los elogios. Generalmente, ganan los últimos porque todo profesional sabe ya que necesita una, o varias, de estas redes para difundir sus trabajos. A ellas se enganchan su círculo familiar, sus amigos, sus compañeros… y para todos ellos el trabajo escénico que presentan es siempre maravilloso. Las redes sociales no tienen ninguna utilidad para el estudio de la crítica. Además, si alguien ajeno al titular de una red se atreve a publicar un comentario negativo, inmediatamente será objeto de insultos y desprecios. Los profesionales solo comparten en sus redes, con toda lógica, las críticas o comentarios favorables que aparecen en otras publicaciones digitales.
Desaparecidos en el siglo XXI. Iniciado el siglo XXI desaparecieron algunos de los críticos más leídos -y, muchas veces, temidos- de los diarios nacionales. Lorenzo López Sancho (Astorga, 1910-Madrid, 2001) firmó durante casi toda su carrera en el diario ABC. También probó suerte, con regular éxito, como dramaturgo. Eduardo Haro Tecglen (Madrid, 1924-2005), desde El País, periódico del que fue fundador, se distinguió por sus extensas críticas, en las que, frecuentemente, hacía alarde de sus conocimientos, dejando los comentarios sobre la obra reseñada, para unos párrafos secundarios. Seguramente, fallecido Alfredo Marquerie (Mahón, 1907-Cuenca, 1974), Haro fue el más temido de los críticos de la segunda mitad del siglo XX. De él se cuenta una anécdota sobre su amistad con Fernando Fernán Gómez.
El crítico no fue nada amable con uno de los últimos trabajos del actor, Del rey Ordás y su infamia. Cuando don Fernando llegó al teatro donde se representaba (el Progreso, hoy Apolo) el día que apareció la crítica, el protagonista, José Luis Pellicena, enarbolando el periódico, le increpó: ¡Hay que ver cómo nos ha puesto tu amigo Haro Tecglen!, a lo que respondió Fernán Gómez: ¡Pues imaginaros lo que hubiera escrito sino fuera amigo mío! Haro solía decir que el crítico trabaja para los que pagan por comprar el periódico, no para la gente del teatro. Y por ello su obligación era ahorrarles el dinero de una entrada, si no merece la pena, a su criterio. O animarlos a correr a la taquilla.
El País ha sido el diario que más espacio ha dedicado en los últimos tiempos a la crítica teatral. Marcos Ordóñez (Barcelona, 1957), tomó el relevo de Haro, con Rosana Torres siempre en la recámara, y sus páginas se convirtieron en el oráculo para el espectador autoproclamado intelectual. Lamentablemente, el señor Ordóñez se vio obligado a abandonar el periodismo por razones de salud.
Algo similar le ocurrió a Javier Villán (Torre de los Molinos, 1942) que trabajó para El Mundo. Compaginó la crítica teatral con la taurina y gozó del prestigio y respeto de los profesionales de la escena. Estuvo acudiendo a los estrenos hasta que sus problemas de movilidad se agudizaron. Hoy no existe crítica teatral en ese periódico.
Enrique Centeno (1946-Madrid, 2012) fue crítico en algunos de los periódicos que surgieron durante la Transición. Aunque se dio a conocer en Liberación, su palestra más popular fue la del Diario 16. En la última etapa de su vida publicaba un blog, en el que escribió hasta un mes antes de su muerte.
Actualmente ejercen la crítica de una manera regular, en Madrid, Javier Vallejo para el diario El País, Raúl Losánez, para La Razón, Julio Bravo y Diego Doncel para ABC. Los dos últimos periódicos acostumbrar a publicar sus críticas en la edición de los viernes. Sí es cierto que los medios de comunicación dedican atención a los estrenos con reportajes y entrevistas.
Reitero que la crítica, teatral en este caso, apenas tiene capacidad de influencia en la sociedad y en las taquillas. Con ello los investigadores perdemos material documental para los estudios. Hasta bien avanzado el siglo XX, los críticos no se limitaban a trasladar los aciertos o los defectos de una obra. Incluían datos que todavía hoy nos resultan de utilidad. Gracias a las criticas antiguas podemos saber cuándo debutó un intérprete o un autor. Podemos conocer el estilo del vestuario y la escenografía y, en los casos de textos no editados, sabemos, por lo menos, sus argumentos. El citado Alfredo Marquerie escribió en su libro Desde la silla eléctrica (Editora Nacional, 1942):
Creo que la crítica sirve para algo, al menos: para que cuando pase el tiempo se sepa el juicio que los autores de teatro merecían a sus contemporáneos. ¿Qué eso es poca cosa? Tal vez…
Los estudiosos futuros podrán encontrar en las redes un caudal de información sobre la materia que investiguen. Que encuentren críticas que les aporten algo como lo citado por Marquerie, será difícil. Contribuirá a ello el que la mayoría de los diarios publican sus críticas con acceso exclusivo para los suscriptores. No podrán ser consultadas, como las del siglo pasado y los anteriores, gracias a la digitalización de las hemerotecas. La revisión del ejemplar físico, con la correspondiente pérdida de tiempo, será la única vía. Eso si en las décadas futuras, alguien sigue interesándose por la Crítica.