Antología. Prometeo,
de Miguel Ángel de Rus (ed.).
Ediciones Irreverentes. Madrid. 2023.
Prometeo es el titán que convierte a los primeros humanos en lo que somos en la actualidad al desafiar a los dioses quitándoles el fuego para entregárselo a los hombres, lo que le valdrá el castigo de Zeus.
No sólo arrebató el fuego a los dioses para dárselo a los humanos, antes engañó a Zeus al realizar el sacrificio de un buey que dividió en dos montones: en uno de ellas puso la piel, la carne y las vísceras, todo oculto en el vientre del buey, y en el otro puso los huesos cubiertos de grasa. Zeus escogió la parte que comerían los dioses: la capa de grasa. Cuando vio que había escogido los huesos entró en cólera. Desde entonces los hombres queman en los sacrificios los huesos para ofrecerlos a los dioses, y comen la carne. Fuego y carne son, pues, metáfora de los avances de la humanidad. Richard Wrangham, de la Universidad de Harvard afirma, en base a sus estudios, que el uso del fuego es la principal razón por la que surge el hombre moderno, ya que cocinar ingredientes crudos es una parte fundamental de nuestras vidas y uno de los elementos que marcan nuestra diferenciación de los primates. La cocina permitió a nuestros antepasados desarrollar cerebros más grandes y convertirse a los humanos. Eso es lo que debemos a Prometeo. Lleno de ira por el engaño, Zeus prohibió a los hombres el uso del fuego lo que llevó al rebelde Prometeo a subir al Monte Olimpo, coger el fuego de la forja de Hefesto y entregárselo a los hombres.
Platón ofrece otra versión de los hechos, pues Prometeo robó las artes de Hefesto y Atenea y se llevó el fuego porque era imprescindible para desarrollarlas. De este modo, Prometeo pone en las manos del ser humano lo necesario para desarrollar los trabajos, las artes, la cocina, lo que convierte a las hordas primitivas en sociedad. Si bien se le considera protector de la civilización humana sería más justo considerarle el padre de todos los hombres.
Después vendrá Pandora con la jarra que contenía todos los males con los que Zeus castigó a la humanidad. Pero esa es otra historia.
Tras vengarse de la humanidad, deporte preferido por el dios Zeus y por tantos otros dioses vengativos, se vengó también de Prometeo e hizo que fuera encadenado por Hefesto. Por si el castigo fuera liviano le envió un águila para que se comiera el hígado del titán, quien siendo inmortal, veía como su hígado volvía a crecer cada noche, por lo que el castigo sería eterno.
Afortunadamente para el padre de nuestra civilización, Heracles disparó una flecha al águila y rompió las cadenas que sujetaban a Prometeo. En todo caso, también de esta liberación hay versiones distintas, pues los mitos se reescribían constantemente, como ha sucedido siempre con tantas ideas religiosas.
Si Prometeo, al quitar el fuego a los dioses y entregárselo a los hombres, ya tuvo la eternidad bien merecida; hay razones para considerarlo mucho más que un mito fundacional de la civilización humana; es un mito etiológico, estrechamente ligado a la explicación del origen del fuego y por lo tanto de la civilización tal y como la conocemos; es un mito cosmogónico, pues da al ser humano su verdadera dimensión y es fundador de un nuevo mundo; es el mito que nos muestra el renacimiento a una nueva existencia para los humanos, y, como se plantea en uno de los textos de este volumen, el de Pilar Zapata, es un mito mesiánico, ya que el héroe se presenta como salvador de la raza humana, mostrando el Jesucristo cristiano muchas similitudes con el titán de la mitología griega.
Siendo todo ello importante, quizá la pervivencia, incluso la eternidad, del mito de Prometeo se deba a que fundó la civilización humana al convertir a los “mortales racionales”, como eran llamados por los dioses, en seres independientes del orden divino y de sus caprichos. Prometeo libera a los humanos de la dependencia de los dioses y los hace dueños de su destino. Si la manzana bíblica del árbol del bien y del mal convierte al humano en lo que es, y paga eternamente por ello, el fuego ofrecido por Prometeo es, siglos antes, el que muestra el camino de la civilización, y en ambos casos separan al hombre del animal para convertirle en un ser que razona, sufre, lucha y cambia el mundo en el que ha nacido.
Según la Teogonía de Hesíodo, Prometeo era hijo de Japeto, un titán hijo de Urano y de Gea, y su madre era Clímene, hija de Océano y Tetis. Esquilo considera que la madre de Prometeo fue Temis. Uno de los hijos de Prometeo fue Deucalión, personaje que parece que pudo ser la inspiración de Noé, y que sobrevivió a un diluvio tras navegar en un gran barco durante nueve días y nueve noches. Deucalión, con la indispensable colaboración de su esposa Pirra, se convirtió en el fundador de la raza humana, lo que hace que todos provengamos de la estirpe de Prometeo.
De creer lo que afirmó Hesíodo en su Teogonía, los dioses y los hombres se separaron a raíz de un engaño en el sacrificio de los animales en honor a los dioses perpetrado por Prometeo, quien por medio de su inteligencia hizo que los humanos se quedaran la carne de los animales sacrificados dejando a los dioses los huesos y la piel. Para Hesíodo la separación de los hombres y los dioses es mala, ya que los hombres deben estar sometidos a la voluntad de los dioses. Sin embargo, para Esquilo esa separación de los dioses es buena para los humanos, pues la divinidad se comporta de forma tiránica.
En todo caso, entre los amantes de las arcadias perdidas, convencidos de que todo tiempo pasado fue mejor, se le considera una figura funesta, pues el conocimiento, y sus hijos: la ciencia, la técnica y la cultura, arrancaron al hombre de su inocencia originaria y han sido causa de sufrimiento.
La literatura de todos los tiempos ha bebido del personaje de Prometeo, quizá el más significativo de la historia humana: Esquilo, Hesiodo, Platón, Calderón de la Barca, Mary Shelley, Percy Bysshe Shelley, Goethe, Lord Byron, Ramón Pérez de Ayala, José Vasconcelos o Gide. Así mismo hay un gran número de pinturas y esculturas que pretenden mostrar diversas visiones del personaje, obras musicales, e incluso películas.
El hecho de que a lo largo de los siglos la figura de Prometeo haya sido inspiradora de la acción humana y que en el momento en que se prepara esta antología los más jóvenes apenas conozcan al personaje por unas modestísimas líneas perdidas en el sistema educativo, nos ha llevado a plantear un libro en el que diversos autores muestran visiones contemporáneas de un personaje básico en nuestras cultura. El resultado muestra en líneas generales una cierta decepción del titán con sus descendientes, pero quiénes somos nosotros para cuestionar su forma de vernos.
El primero de los textos de esta antología es el de Pilar Zapata, que nos plantea el asombro de Prometeo, tras un sueño de siglos, al conocer el mundo moderno, y al descubrir que los hombres inventaron “un tal” Jesucristo en su honor.
Juan Manuel Brun nos presenta en tono de comedia irreverente a un Prometeo que está buscando trabajo y a un Zeus que, pasados los milenios, sigue teniendo la misma maldad de otros tiempos. Pasan los milenios y todo es igual.
Isabel Martín Salinas sitúa a Prometeo en 1978 en el marco de unos movimientos revolucionarios, justo antes del asesinato de Aldo Moro, y acaba en 2002, haciendo un paralelismo entre el titán y un luchador social.
Miguel Palacios nos muestra una visión distinta de Prometeo; en su texto quien trae el fuego, la luz, es un manifestante actual, en choque con un policía, que representa la fuerza.
Juan García Larrondo sitúa a Prometeo junto a una autopista, postrado y malherido, en su reencuentro con Pandora, que nos descubre su amor por él y su inocencia, en medio de una humanidad que no merece salvarse, en el momento del gran apagón.
Antonio César Morón parte del cuadro de Rubens para mostrar las diversas facetas del alma humana, los engaños, por medio de una actriz que se sale continuamente de su papel. De fondo, la Covid.
Antonio Miguel Morales Montoro plantea en su visión de Prometeo el tema de los huidos, de los refugiados sin refugio, situando la acción en los hechos de Tarajal de 2020.
María Jesús Bajo toma como protagonista a una Pandora de nuestros días, que nos desgrana el modo en que llegó a casarse con el hermano de Prometeo y cómo su hija, Elpis, está desaparecida, en un intento de preservar lo último que le queda a la humanidad: la esperanza.
Rafael Negrete Portillo hace una arriesgada apuesta dramática al intercambiar los papeles de Bóreas y Prometeo y nos deja una duda: ¿es más culpable Pandora por abrir la caja o quien la forjó con la peor intención?
Carlos Herrera Carmona nos sitúa en el siglo XX para mostrarnos el paralelismo entre Prometeo y un militar que desprecia su antigua vida. De fondo, la pederastia en la Iglesia.
En mi texto, Prometeo en la red, he pretendido tratar la ignorancia de los mitos fundacionales de nuestra civilización, cuando no la incomprensión y la lectura manchada de ideología de los grandes personajes de la historia y la literatura.
Concluye el libro con la obra de Diana M. de Paco Serrano, en la que se ofrece un triángulo entre Prometeo, Pandora y Epimeteo, que no puede comprender que él mismo sufra por su gran servicio a los hombres y su hermano tonto sea feliz.
Son visiones respetuosas —algunas más, otras menos— con el mito que buscan su reflejo en épocas actuales. Quizá hoy Prometeo sea alguien que intenta traer la verdad en medios de corrientes de opinión interesadas; mantener la cultura tradicional ante el ocio audiovisual vacío, o aportar avances médicos que no interesan a las grandes empresas farmacéuticas que verían reducidos sus beneficios. O tal vez serían un luchador contra los lobbies que manejan la Unión Europea, Estados Unidos o cualquier otro imperio. Cada lector tiene su Prometeo, y en estas páginas encontrará propuestas interesantes, divertidas y que nos llevan a la reflexión.