Autor, director, escenógrafo, gestor teatral y ensayista, entre otras muchas facetas, Jesús Campos García, una de las personalidades creadoras más originales del teatro español de los últimos tiempos, nace en Jaén el 18 de diciembre de 1938. Su relación con las artes escénicas se inicia como espectador a una edad muy temprana, ya que asiste con regularidad a toda clase de espectáculos, especialmente comparsas, desfiles, marionetas y actuaciones de calle, así como comedias, sainetes y zarzuelas que ofrecía el Teatro Cervantes, único referente cultural de su ciudad natal. Con menos de diez años construye un pequeño teatro de cartón en el que representa con piezas recortables la legendaria historia de San Jorge y el dragón, un mito que más de cincuenta años después versionaría en La fiera corrupia (2009a), y participa muy pocos años después, cuando su afición por el teatro se va consolidando, como actor principal del paso de Lope de Rueda, La tierra de Jauja, montaje en el que se encarga asimismo del atrezo, la caracterización y algunas partes de la escenografía, como si de alguna manera ya estuviese anunciando su futura concepción totalizadora del hecho teatral.
En 1956, cuando se encuentra cursando su primer año de medicina, estudios que abandonará apenas un año después, se acerca al mundo de los Teatros Universitarios, tan prolíferos durante los años de dictadura. Después de unos meses asistiendo y participando en las sesiones del TEU de Granada, Campos asume el cargo de ayudante de regiduría en el espectáculo La Danza de la Muerte, basado en la obra de Juan Rodrigo Alonso de Pedraza de 1551, que varias décadas después revisa y actualiza en su obra Danza de ausencias (1993). A lo largo del mismo año, Jesús Campos funda el Grupo Ilíberis, cuya dirección y coordinación simultanea con el trabajo en el TEU de Granada. Tratando de reproducir el mismo tipo de relaciones que había mantenido en Almería con pintores y otros artistas del Grupo Indaliano1, Campos congrega periódicamente a creadores, literatos, intelectuales, escenógrafos y bailarines para la celebración de tertulias, recitales y exposiciones pictóricas. Si bien el grupo se disuelve prematuramente, esta serie de experiencias y reuniones artísticas otorgan a Campos un rico bagaje que alcanza su máximo grado en el poemario Amor de Tierra y Agua, ganador del Tercer Premio Nacional Universitario en la categoría de poesía.
En 1959 el autor publica su primera obra teatral en la revista La Estafeta Literaria, una pieza breve que propone una actualización del mito cristiano de Salomé cargada de simbolismo y en la que se percibe cierta influencia de las representaciones vanguardistas de Cámara y Ensayo a las que solía asistir por aquel entonces. Tríptico, aun siendo diferente del resto de su corpus, presenta ciertos elementos que serán definitorios, a saber, el uso de la simbología como estrategia comunicativa, la tensión desmedida entre el diálogo realista y las situaciones faltas de lógica, la reescritura de un mito o la importancia de los signos no verbales, como la luz o la música, que daban lugar a un conjunto preñado de connotaciones y mensajes implícitos. Además, se trata del punto de partida de la amplia trayectoria artística del autor. Sin embargo, la crítica, al igual que el autor, suele omitir esta primera obra en la valoración global de la producción teatral de Campos y muchos son los prologuistas y estudiosos de su obra que sitúan el inicio de su producción teatral en la década de los setenta con Matrimonio de un autor teatral con la Junta de Censura (1997a), pues será en estos años cuando comience a publicar y estrenar con mayor regularidad.
Esta posición de la crítica se debe no solo a la antipatía del autor hacia sus obras de juventud, manifestada públicamente en numerosas ocasiones, sino, en primer lugar, a que aquellas piezas inaugurales no se publicaron ni estrenaron, aunque algunas fueron premiadas —hablamos de obras como La lluvia, El abominable caso de las corbatas, Despedida, Furor, La grieta o ¿Es aquí donde ha muerto mi hermano?, entre otras—. Ninguna de ellas, a excepción de Tríptico y Las escaleras (2015) —esta última revisada y editada en 2015— fue publicada y actualmente se encuentran sin localizar, de modo que este conjunto de obras inaugurales de su trayectoria nunca ha podido ser críticamente valorado. El hecho de que hayan permanecido sin ver la luz se debe en gran medida a que Campos García rechazaba estas obras inaugurales por considerarlas de dudosa validez. El segundo motivo es que el autor abandonó temporalmente el mundo de la escena tras la publicación de Tríptico durante casi una década, siendo su presencia intermitente en el panorama teatral de estos años, por lo que no es de extrañar que estas primeras obras no tuviesen la repercusión y la atención necesarias para ser consideradas como una parte fundamental de su corpus.
Por tanto, la producción dramática del autor debe ser entendida como un conjunto coherente y compacto, disgregado únicamente por los abandonos o intermitencias del autor del panorama escénico. Dado que no son, por tanto, razones estéticas, sino de naturaleza más bien cronológica lo que separa de alguna manera las obras de Campos García, es más acertado realizar una clasificación de estas en bloques y no en etapas, ya que este término implicaría una evolución o un cambio sustancial en la manera creadora de Jesús Campos que nunca se ha producido.
Podemos dividir, entonces, más de seis décadas de actividad teatral en dos bloques fundamentales: uno que comprendería las obras escritas hasta la desaparición del régimen dictatorial y que serían, por lo tanto, Tríptico, Matrimonio…, En un nicho amueblado (1975), Nacimiento, pasión y muerte de… por ejemplo: tú (1976), 7000 gallinas y un camello (1938), Blancanieves y los siete enanitos gigantes (1998) y Es mentira (1980) —esta última se estrenó de manera tardía en el año 1980, sin embargo, fue escrita años antes, cuando el franquismo aún daba sus últimos coletazos—; y un segundo bloque, e insistimos, que no fase o etapa, que abarcaría todas aquellas obras que vieron la luz durante el periodo democrático, desde su reincorporación definitiva a los escenarios en 1990 con Entrando en calor (2001) hasta la actualidad, en 2016, con su última obra …y la casa crecía.
Las obras del primer bloque anunciaban las líneas estéticas y temáticas que marcarían definitivamente su teatro posterior, que son fundamentalmente la confluencia del absurdo con las formas populares, la utilización de la alegoría dentro de unos moldes estéticos (hiper)realistas, el poder de la imagen visual y los signos escénicos, la dimensión existencialista —cuasi filosófica— y la prevalencia del humor con intención crítica. Tampoco en el ámbito de la escena es perceptible una profunda transformación, ya que desde sus comienzos pervive ese perfecto equilibrio entre el diálogo y los signos no verbales que ha sido siempre el resultado de una firme concepción totalizadora del hecho teatral.
Las más de cincuenta piezas dramáticas que conforman su producción teatral entre obras extensas y de corta duración mantienen, por tanto, si no un estilo —concepto del que reniega sistemáticamente el propio autor—, una manera particular de entender y concebir el hecho teatral, pese a que cada una haya sido escrita en diferentes etapas vitales o periodos históricos en los que cada vez predominaban unas tendencias escénicas y una determinada situación política. El corpus del dramaturgo se caracteriza por una extraordinaria coherencia, a veces un tanto difícil de percibir y a veces evidente, que sería fruto de la peculiar concepción que el autor tiene del mundo, una cosmovisión intransferible sobre la vida y el arte que, si bien en un determinado momento se manifestó con mayor ahogo como resultado del contexto represor del franquismo, persiste con actitud consecuente y constante a través del tiempo.
Desde las primeras piezas compuestas a finales de la década de los cincuenta hasta los estrenos y publicaciones más recientes —en septiembre de 2023 publica su último libro, Un mundo cruel—, el conjunto de obras de Jesús Campos García presenta una serie de rasgos formales y estilísticos que, si bien con el tiempo ha ido depurando, en esencia, son los mismos. En primer lugar, la producción teatral del autor establece un juego constante con los códigos de comunicación verbales y no verbales, a veces incluso aparentemente contradictorio, aunque finalmente pleno de sentido, que refuerzan el alcance político de la pieza. Los signos visuales, sonoros, auditivos o gestuales, sin olvidar la propuesta escenográfica, se conjugan con el texto con absoluta pertinencia para matizar, ampliar o transformar el sentido último de la obra, tal y como se percibe en 7000 gallinas y un camello, Es mentira, Entrando en calor, Triple salto mortal con pirueta (1997b) o A ciegas (1997). Las obras de Campos García también se caracterizan por una evidente desintegración de las nociones de tiempo y espacio. En La fiera corrupia, Ella consigo misma (2015), Naufragar en Internet (2000), Triple salto mortal con pirueta o “El profanador de sepulturas” (2012), por citar solo algunos ejemplos, los personajes están confinados a espacios desconocidos e intangibles que se corresponden finalmente con realidades metafísicas inexplicables —el recuerdo, la alucinación, la mente y sobre todo la muerte—. Este tipo de entornos suele coincidir con espacios opresores y asfixiantes que acosan al personaje hasta destruirlo, reflejando así la presión y el abuso que ejercen las estructuras sociales y políticas al individuo —por ejemplo, “Las escaleras”, Matrimonio de un autor teatral con la Junta de Censura, En un nicho amueblado, 7000 gallinas y un camello, Es mentira, “El profanador de sepulturas”, Triple salto mortal con pirueta, Entrando en calor o “Mundo charcutero” (2015)—.
Sin embargo, el tratamiento de estos espacios volátiles e indeterminados —y también de los juegos y superposiciones temporales— es hiperrealista tanto en el lenguaje como en el comportamiento de los personajes. Se trata de un recurso técnico muy recurrente en su dramática que configura un realismo completamente libre y que supera los límites de la verosimilitud exigida por esta estética. Jesús Campos violenta las formas del realismo a través de situaciones insólitas, disparatadas o imposibles, entre ellas, la aparición de fantasmas, el parto de un hombre, el juego con ratas parlantes, los viajes en el tiempo, la imposición de un entierro a los hijos o el crecimiento descontrolado y autónomo de una casa. Esta estrategia de hacer verosímil lo inverosímil se incluye dentro de la tendencia del autor de transgredir las formas y géneros de la tradición literaria como intento de innovación —el auto sacramental en A ciegas, el sainete en En un nicho amueblado, la alta comedia en Triple salto… y en y la casa crecía o el hiperrealismo en 7000 gallinas y un camello y Entrando en calor. En otras obras, además de la revisión de los géneros de la tradición, el autor lleva a cabo un proceso de fusión de diferentes estéticas y formas que dan como resultado un conjunto armonioso e intransferible. Aunque en Nacimiento, pasión y muerte de… por ejemplo: tú trabajaba con el ritual, la farsa, el mimo y otros muchos géneros, lo más habitual es que mezcle en una misma obra diferentes fórmulas de la tradición, por lo general, los elementos del sainete con los del absurdo —“Las escaleras”, En un nicho amueblado, Matrimonio de un autor teatral con la Junta de Censura o A ciegas—.
En este sentido, también encontramos que el autor tiende de manera natural hacia las formas alegóricas y farsescas para analizar diferentes realidades políticas y sociales. Por un lado, Jesús Campos se sirve de una estructura parabólica que toma como punto de partida una situación cotidiana —como en y la casa crecía, 7000 gallinas y un camello, Triple salto mortal con pirueta o Matrimonio de un autor teatral con la Junta de Censura– o bien surrealista –como en Es mentira, En un nicho amueblado, A ciegas o “El profanador de sepulturas”—. Por otro lado, es muy frecuente que el autor deforme la realidad del hombre mediante diferentes procedimientos propios de la farsa, tales como la deshumanización —Nacimiento…, “Las escaleras”, “Vida social (en lugares comunes) (2015)”—, la imitación cómico grotesca de ciertas conductas humanas —“El traje de cuero” (2005), “La juventud es el futuro” (2015)—, la inserción de títeres que repiten con intención paródica escenas protagonizadas por hombres —Nacimiento…— o la animalización —Nacimiento…, Es mentira, “Pájaros en la trena” (2015)—.
En relación con este último punto, con la imitación paródica y grotesca del modo de vivir del individuo contemporáneo, podemos señalar otra característica de la producción teatral de Campos García que sería la reescritura de mitos y leyendas del imaginario popular y cultural. A veces lleva a cabo la deconstrucción en clave de humor de figuras literarias o bíblicas —d.juan@simetrico.es (2009) y A ciegas— y otras simplemente una actualización de estas —Tríptico, La fiera corrupia—, pero ambos casos con una clara intención crítica que pone en tela de juicio realidades como la desigualdad de género, la represión ideológica, los peligros de las drogas en los jóvenes o la decadencia del mundo actual.
En muchas de sus obras, detectamos asimismo cierto gusto por el juego con los niveles dramáticos, que el autor también suele fusionar con la realidad del espectador. La técnica metateatral se manifiesta en el teatro de Campos a través de la autorreferencialidad, es decir, obras que reflexionan sobre el teatro desde el teatro —es el caso de Matrimonio…, “A papel bien sabido no hay cómico malo”, Entremeses variados, “Mundo charcutero”, “El no lugar” (2005) o “El club de la tragedia” (2015)—, a través del metateatro, que definimos como la superposición de niveles dramáticos en que se mueven los personajes y que no se pueden diferenciar —Entrando en calor— y, por último, a través del teatro dentro del teatro —La fiera corrupia, “Mundo charcutero”—. En este nivel técnico, además, es frecuente que el autor prolongue uno de los niveles dramáticos hasta fusionarlo con la realidad del espectador, ya sea extendiendo el escenario hasta el patio de butacas —Tríptico, 7000 gallinas y un camello, A ciegas, Danza de ausencias— o dilatando la función con objetos, ruidos o situaciones que van más allá de la hora y media de función —A ciegas, 7000 gallinas y un camello, Es mentira, En un nicho amueblado—.
Observamos que el humor como estrategia comunicativa es otra constante en la producción dramática de nuestro integral hombre de teatro. La mayoría de sus obras son ricas en juegos de palabras, dobles sentidos, chistes verdes, deformaciones lingüísticas, manipulación humorística de refranes y frases hechas o bromas escatológicas; pero, además de este ingenio verbal que utiliza el autor con habilidad, lo más habitual es la utilización del humor negro. Campos García se sirve del humorismo para reflexionar sobre los aspectos más desagradables y preocupantes del hombre y su realidad. De esta manera, el horror y la risa se unen con maestría en obras como Entrando en calor, En un nicho amueblado, Es mentira,“Pareja con tenedor” (2006a) o “El traje de cuero”, en las que aborda la violencia de género, la falta de libertad de la mujer, la pena de muerte o la incapacidad para vivir del individuo contemporáneo.
Estamos ante un teatro que transgrede sistemáticamente la visión que la sociedad española contemporánea tiene acerca de muy numerosos temas, utilizando también de modo habitual variados procedimientos técnicos que rompen con la habitual concepción del espacio y el tiempo, que confrontan la realidad y la fantasía creando una nueva realidad, un nuevo marco y un nuevo modo de relacionarse los personajes entre sí y con la realidad en la que están insertos. Todas las obras escritas por el autor están marcadas por una fuerte actitud de compromiso político que cuestiona, descompone, trasforma, violenta e invierte los valores del mundo que conocemos. A pesar de la disparidad temática y de la pluralidad de lenguajes o formatos con los que los asuntos teatrales son abordados, existe un intenso afán de denuncia que atraviesa el conjunto de obras de Jesús Campos García. Sus textos, combinados con una puesta en escena atrevida, conforman ejercicios políticamente irreverentes, socialmente comprometidos e ideológicamente controvertidos. En este espacio de resistencia y compromiso, el autor arroja sobre los escenarios altas dosis de reflexión y pensamiento, adoptando una actitud crítica ante todo aquello que sumerge al ser humano en una espiral de violencia contra sí mismo. El teatro de Campos García es un juego constante de provocación y subversión que explora la naturaleza humana desde un punto de vista social, político y personal.
Se advierte en sus textos cierta preocupación por aquellos aspectos de calado existencial que el autor aborda no sin cierto pesimismo. El devenir de la sociedad, la naturaleza del hombre y su estilo de vida o el vacío existencial que caracteriza la realidad contemporánea son algunas de las inquietudes que Campos vierte en sus obras para dejar al descubierto en sus debilidades e imperfecciones un mundo a la deriva que reincide en la violencia y en el sinsentido. Sus textos presentan la lucha inútil del individuo contra su propio destino o contra un sistema opresor y alienante, una lucha de la que se deriva la idea de que la existencia es equivalente al sufrimiento, tal y como se expresa en Nacimiento…, En un nicho amueblado, Es mentira, Entrando en calor o A ciegas, además de en otras muchas piezas breves.
En otras obras, por el contrario, el pesimismo existencial se manifiesta a través del absurdo o el sinsentido de la vida. Los personajes se ven acosados por una estructura superior a ellos, generalmente en el teatro de Campos serán el trabajo y las convenciones sociales como el matrimonio, que les incapacita para elegir libremente y les arrebata cualquier propósito vital. La acusada pérdida de la lógica hace incluso que las acciones más vejatorias y abusivas pasen desapercibidas para los personajes. Así sucede, por ejemplo, en 7000 gallinas y un camello, y la casa crecía, “Las escaleras” o “Vida social (en lugares comunes)”, en las que los protagonistas intentan sobrevivir a la irracional inercia de en un entorno o sistema hostil e inseguro y del que no saldrán victoriosos.
En lo relativo a la existencia, al autor también le gusta indagar en aquellas realidades inexplicables o desconocidas para el hombre. La muerte, el envejecimiento o la enfermedad son estados que Campos García concibe como un misterio inherente a la naturaleza del hombre que debe ser desentrañado desde diferentes puntos de vista, como hizo en Danza de ausencias, Naufragar en internet, Patético jinete del rock and roll (2002b), Triple…, “A papel bien sabido no hay cómico malo” (2005), “El club de la tragedia” y Entrando en calor. De esta reflexión que el autor lleva a cabo en más de una ocasión, se derivan algunos subtemas también de fundamental importancia. El deseo de sobrevivir a la muerte y continuar la existencia más allá de ella es un sentimiento que experimentan varios de sus protagonistas cuando se sienten que el final de sus vidas es inminente. Este anhelo por seguir viviendo a toda costa esconde un fuerte vitalismo que se vincula en las obras del dramaturgo con el goce y el disfrute, es decir, experiencias placenteras para el individuo, como el sexo, la seducción, el sentido del humor o el baile, que expresan las ganas de vivir y el amor por la vida.
La cuestión del poder, muy presente también en su prosa ensayística, constituye una de las mayores preocupaciones del autor jienense, cuyos personajes, independientemente de que se encuentren en un espacio público o en uno privado, deben enfrentarse —cuando no resignarse por la violencia incisiva del sistema— a diversos abusos de poder en una lucha en la que, por lo general, serán cruelmente aplastados. Son temas que aparecen con mucha insistencia en las obras de Campos García y que, como vemos, guardan generalmente relación con la realidad del hombre y la corrupción de las estructuras sociales y políticas en que se mueve. Por eso, es muy frecuente encontrar como materia dramática asuntos como la violencia de género —“La número 17” (2005), “Noche de bodas” (2004), “El traje de cuero” y “Pareja con tenedor”—, el sensacionalismo de los medios de comunicación —“El famoseo” (2005), “Pena y Pene” (2005), A tiro limpio (1996)—, la imperturbabilidad del individuo occidental ante los acontecimientos políticos —“El mando a distancia”, “De compras”—, la violencia del mundo —“La primera en morir” (2003), “La juventud es el futuro”—, el fanatismo ideológico y la doble moral —“Danza del Orden Nuevo”, La cabeza del diablo (2002b), “El solo una enfermedad” (2006), “El olor de las metáforas” (2005), A tiro limpio, d.juan@simetrico.es—, la corrupción económica, laboral y política —y la casa crecía, “Mundo charcutero”, “Pájaros en la trena”, Matrimonio…, “El profanador de sepulturas”, “Las escaleras”— y el fracaso de las relaciones de pareja o de la propia institución matrimonial —Triple…, Entrando en calor, En un nicho amueblado, Nacimiento…—.
Por último, el hecho teatral también se configura como uno de los asuntos dramáticos más importantes en la producción de Campos García. De un lado, encontramos obras que manifiestan a través de la voz de un actor el amor por la profesión —“A papel bien sabido no hay cómico malo” y “El club de la tragedia”—; de otro, aborda la inestable y preocupante situación del teatro español —“Mundo charcutero”, “El club de la tragedia”—, lo que estaría en plena coherencia con sus ideas políticas acerca del engañoso sistema de subvenciones públicas, la marginación de la autoría española, la sobreexplotación de textos insustanciales y la censura económica e ideológica que aun se ejerce en el mundo de las artes; y, finalmente, se sirve igualmente de los textos breves para poner en cuestión la frivolidad de ciertos círculos del actual mundo artístico y su inconsistencia —“Me acuso de ser hetero” (2001a), “Mundo charcutero”, “El no lugar” y las piezas apertura y cierre del espectáculo Entremeses variados—.
No podemos dejar de mencionar la amplia obra ensayística que Jesús Campos García ha ido publicando a lo largo de los años en varias y excelentes entrevistas y en breves pero reveladores artículos, que en total rondan la centena, en la que ha explicado con claridad sus ideas literarias y políticas acerca del espectáculo teatral, que él concibe de un modo muy personal y caracterizado, como hemos visto, por la transgresión en diversos grados de los códigos temáticos o formales del teatro convencional, es decir, del que tiene como principio rector un limitado concepto de imitación de la realidad.
Retomando el concepto de coherencia al que nos habíamos referido para definir su andadura teatral, podemos afirmar que existe una asombrosa reciprocidad entre la producción teatral del dramaturgo y su poética, probablemente debido a que su poética o concepción artística nació posteriormente a la escritura y puesta en escena de sus obras, es decir, como producto de la reflexión sobre su propio proceso de creación. Diríamos incluso que con el paso del tiempo no solo se ha reafirmado en aquellas convicciones literarias que tan tempranas nacieron, sino que también se ha alzado como un férreo defensor de algunas de las nociones más arraigadas de su ideario poético, en especial, aunque no las únicas, de la visión globalizadora del hecho teatral y la defensa del teatro breve como medio de comunicación igualmente válido y eficaz que el extenso.
En este sentido, su cargo como presidente de la Asociación de Autores de Teatro desde el año 1998 hasta 2016 le permitió materializar muchas de aquellas ideas que llamaban al cambio y a la revitalización del teatro español. Fundó Las Puertas del Drama, la revista oficial de la AAT, que pretendía ser un espacio para la opinión crítica y la reflexión —no de estilo académico— de asuntos teatrales, en su doble vertiente dramática y escénica. Organizó presentaciones de libros, encuentros literarios, lecturas dramatizadas y el concurso de escritura in situ. Promovió la creación del Salón Internacional del Libro Teatral y un espacio en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes para los autores de la AAT, así como la difusión del teatro breve gracias a iniciativas, por citar solo las fundamentales, como los maratones de monólogos y la edición de antologías colectivas de piezas cortas.
Jesús Campos García ha cumplido un papel fundamental en el teatro español de los últimos años. La encomiable labor del autor ha ayudado a la difusión de la dramaturgia actual, a la revalorización del formato breve y a la revitalización del teatro español, cuya crítica situación siempre ha denunciado abiertamente en sus numerosos artículos y conferencias. En el transcurso de casi más de sesenta años, ha participado del teatro como autor, escenógrafo, director y actor, pero también como ensayista y gestor cultural, facetas que pudo desarrollar en gran medida gracias a su presidencia en la Asociación de Autores de Teatro. Resulta incalculable la valiosa aportación a la escena española contemporánea, en tanto que dramaturgo y promotor, de este comprometido e infatigable hombre de teatro.
Bibliografía citada
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