Las Puertas del Drama

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Las Puertas del Drama
teatro breve
Nº 59

SUMARIO

Presentación

TEATRO BREVE

Socio de honor

Nuestra dramaturgia

Dramaturgia extranjera

Infancia y juventud

Cuaderno de bitácora

Reseñas

La brevedad en la etapa más larga de la vida: la infancia

Nieves Rodríguez Rodríguez

–algunas consideraciones políticas–

I

Sabemos que la infancia recibe atención específica a partir del S. XVIII en Europa, lo que nos lleva a afirmar que la noción misma de infancia es, en términos históricos, reciente. Hechos tales como el nacimiento de la psicología o pedagogía, la aparición del ocio como tiempo distinto del tiempo para el trabajo y una economía de libre mercado sitúa a la infancia –y el paisaje de fondo se llama capitalismo– en un producto de mercado, es decir, en target. A este objetivo estará también destinada la literatura que comienza a producirse, siguiendo a Hürlimann en su libro Tres siglos de literatura infantil, desde la Edad Moderna hasta finales del S.XIX. Antes lo que hubo fueron manuales educativos y morales –propaganda– porque la infancia, en verdad, no era considerada como un periodo diferenciador de la vida. Esta última afirmación no quiere decir que en esta época la literatura no tuviera otros fines, –pues la historia de la literatura puede ser leída como la historia de la moralidad de un país, pueblo o continente concretos– pero el hecho de que se desplazara la mirada, de que se creara pensando en un receptor concreto, cambió el paradigma.

Mujercitas, ilustración de 1868
Mujercitas, ilustración de 1868. Fuente: Wikipedia.org

Y allí aparecen las primeras manifestaciones literarias despojadas de moralidad, –impulsadas en gran parte por el Romanticismo hacia finales del S.XIX–, bajo la forma de recopilación de cuentos populares y leyendas, pero donde también despegan las grandes plumas de la literatura universal destinadas a la infancia como Josep Rudyard Kipling, Charles Dickens, Julio Verne o Louis Stevenson que presentan personajes de todas las clases sociales, – la lectura no puede olvidarse no es, en este momento, un acceso para la mayoría– desobedientes, aventureros, valientes, traviesos, en definitiva, personajes que son todo aquello que subvierte las rígidas normas de los adultos. La recepción es tal que son los personajes de ficción los que se convierten en modelos para niños. ¿Y las niñas? Las niñas tuvieron otros modelos en la literatura que se ajustaba más a los cánones morales de la época, no podemos olvidar Mujercitas (1868) de Louis May Alcott, por poner un conocido ejemplo, de manera que se leían dramas domésticos donde las niñas de un modo u otro siempre estaban recibiendo educación e instrucción. Véase la primera consideración política.

II

En las primeras recopilaciones de cuentos populares y leyendas, como hemos dicho anteriormente, se intervienen las obras para despojarlas, en un primer momento, de sus elementos inmorales, es decir, de lo que una época considera que no coincide con la moral del tiempo. La brevedad de la moral daría para un tratado más filosófico, sin duda, pero véase con qué facilidad se cambian de traje –el panorama español es, sin duda, buena muestra– el sentido de la verdad, la experiencia de libertad, la distinción entre lo legal y lo moral, el desarraigo de lo común, etc. Es decir que lo moralizante, lo moral, aquello que regía las primeras manifestaciones literarias destinadas a la infancia –no vaya a ser que– venían de la mano de la censura. Este revisar las obras literarias para despojarlas de los elementos que la constituyen no es un hecho nuevo, ni reciente. Conviene leer el artículo «Las revisiones de los Cuentos de Hadas de Andersen durante la Guerra Civil y la censura franquista» de Ramón Tena y José Soto –y que apareció en el volumen portugués Tendências Contemporâneas da Investigação em Literatura para a Infância e Juventudeen 2019para ver que la moral de nuestro tiempo, de aquí y ahora, no dista mucho al estar nuevamente intervenidas las obras de Roald Dahl (y no es el único artista). Quienes hemos crecido leyendo a Roald Dahl sentimos una punzada en el estómago como si alguien nos quisiera robar un relato de nuestra vida –y ya sabemos lo que vale políticamente un relato–. Pero era solo la punta del iceberg.

Pasó sin pena ni gloria el artículo firmado en El País por Tommaso Koch (el 8 de marzo de 2023) que tituló: «La censura de libros infantiles se dispara: todo lo que los niños no deben leer». Allí, autores y editores en la Feria del Libro Infantil y Juvenil de Bolonia (una de las más importantes) alertaban del aumento de persecución de temáticas por ser consideradas polémicas: desaparecen las familias no convencionales, en nombre de lo inclusivo se manipulan los relatos, desaparecen dibujos inquietantes como un cuchillo con sangre, se paraliza la salida de un libro por defender al colectivo LGTBIQ, etc. El artículo cita numerosos ejemplos de libros de diferentes géneros y recoge testimonios muy valiosos de editores y autores. Entre todos esos testimonios –y la alusión política es nítida–, Jon Anderson, el editor de la división infantil de Simon & Schuster dice:

«En los últimos dos años, la censura de la derecha ha irrumpido de una forma que nunca había visto antes. Además, en el pasado eran individuos específicos en ciertas comunidades. Ahora se organizan nacionalmente, van a por maestros, bibliotecarios, editores…»

Todo paralelismo con el pasado reciente de Europa y de la España fascista, de estas declaraciones, debiera hacernos reflexionar muy hondamente. Vivimos en democracia –que dura lo que dura porque una nación se sigue interrogando, si desaparece la pregunta, aparece la imposición–, en sociedades del bienestar, vivimos haciendo gala de una libertad nunca conocida, ¿y la infancia? Véase la segunda consideración política.

Páginas del libro And Tango Makes Three, de Justin Richardson, Peter Parnell y Henry Cole
Páginas del libro And Tango Makes Three, de Justin Richardson, Peter Parnell y Henry Cole. Fuente: Elpais.com

III

El teatro no se salva de esta corriente, pero goza –irónicamente– de que es un mal llamado género menor en lo que al mercado editorial se refiere. Su consumo, ínfimo en comparación con otros géneros, no es, todavía, una amenaza consolidada. Si a alguien le diera por leer lo que se escribe en ediciones como Colección Sopa de Libros-Teatro de ANAYA, ASSITEJ-España, la Asociación de Autoras y Autores de Teatro, Ediciones Antígona o Primer Acto (Cuadernos de investigación Teatral), por nombrar solo algunas editoriales que defienden y publican un teatro para infancia y juventud de gran calidad, saldrían censores por doquier, interventores de toda casta, moscones sacando a pasear sus agotadores zumbidos. Es obvio que estamos haciendo una distinción entre la literatura dramática y los espectáculos para infancia –cuyas numerosas compañías del siglo XX son faros y referentes y han sido en otro artículos y foros puestos en valor por quien esto escribe– ante la amenaza a la que refiere Jon Anderson –aunque nadie sale ileso y se podría extender el símil–. Porque ya en época de Unamuno y Benavente –tan distintos entre sí– como recoge en su libro Teatro español para la infancia y la juventud (1800-1936) Itziar Pascual, se quejaban estos autores de los gustos del público al preferir espectáculos musicales frente a un teatro de la palabra, entendiendo ambos, que es la palabra, arma de gran fuerza expresiva. Y en el terreno de la palabra: ¿Cuánto cuesta vender un libro de teatro para infancia y juventud?, ¿cuánto cuesta pensar, organizar y ejecutar un encuentro literario en las aulas?, ¿cuánto cuesta estudiar la literatura dramática en los libros de texto?, ¿cuánto cuesta poner el diálogo en el centro de la infancia?, ¿cuánto cuesta la palabra? La brevedad no es lo propio del teatro, no lo fue en origen, el teatro griego, porque nuestros antepasados ya sabían que habiendo diálogo había democracia. Y al que, al término de éste, lo que queda es la dictadura. ¿En nombre de la educación de niños y niñas? ¿En nombre de la defensa de los derechos del menor? ¿En nombre de la literatura? Cuidémonos de las brevedades en la etapa más larga de la vida: la infancia. Cuidémonos.  

Carrusel de Ogritos