INTRODUCCIÓN: REMANGARSE UN OCÉANO
Mujer barbuda de circo, largo camisón blanco y cuchillo amenazador. Con el monólogo de La Monstrua, de Ariel Mastandrea, llegó el artista uruguayo Ismael Moreno a la desaparecida sala alternativa madrileña Ensayo 100 el verano de 2002, cuando yo trabajaba como jefa de prensa de la misma. Su segunda pregunta fue aún más increíble que su propuesta escénica: «¿Y cuándo vienen los críticos?». A una sala alternativa, en Madrid y en pleno agosto, cuando los pocos que ejercían como tal de forma profesional (hoy son casi inexistentes) disfrutaban del pareado de los festivales estivales. Tendría suerte si alguien venía a ver la función. Asistí a su obra dos días seguidos porque su interpretación era auténtica y fascinante, y como gran parte del teatro latinoamericano que nos llegaba, poseía una cualidad indispensable para ser arte: no solo talento y un latido de desesperación presente, sobre todo había VERDAD.
Aunque pocas pistas me daba Ismael con su ingenuidad y aspecto para adivinar que sería el amor de mi vida y la otra mitad de nuestra propia compañía de teatro: Clan de bichos. En otoño compartimos como intérpretes una puesta en escena en Casa de América, el Circo de la Ilusiones, de la también uruguaya María Dodera, y luego él siguió su camino, y yo el mío.
Porque yo continuaba estudiando dramaturgia, no solo en la RESAD (con maestros como Juan Mayorga, Lourdes Ortiz y Miguel Medina, entre otros) sino en diversos talleres de Casa de América con autores con los que fue un privilegio compartir crucero: los argentinos Eduardo Pavlovsky, Daniel Veronese, Rafael Spregelburd y Javier Daulte, el chileno Marco Antonio de la Parra, y los españoles Guillermo Heras y José Sanchis Sinisterra. Y compañeros y compañeras de todas partes de América Latina que me mostraron otro tipo de teatro, ese pulso singular, con textos e interpretaciones valientes que se habían remangado un océano para arribar hasta nosotros. Y llega el Primer premio del Concurso Teatro Express, ese tan mágico y presto que propone cada año la AAT para escribir una obra breve en solo tres horas y con un tema o lema, en este caso: Yago. Y yo escribo, y me divierto muchísimo al hacerlo, carcajadas incluidas, sobre un triángulo amoroso con mentiras y trampas entre Gayo, Goya y Yoga, y gano los 1.200 eurazos que me permitirán pagar cuatro meses mi habitación en un piso de alquiler. Nunca antes ni después gané tanto dinero en tan poco tiempo. Aunque algo de peaje te arranca el diablo (Hacienda) y peor aún los dioses: la misma mañana que escribí la obra premiada me corté un tendón del dedo meñique de la mano derecha en una clase con Guillermo Heras. Se bañó con sangre la improvisación que hacíamos con cuchillos demasiado afilados, demasiada entrega, demasiada latinoamérica para ser europea, tal vez. Tres días después me operaron del dedo y al elegir entre mantener su forma estilizada pero inútil o su fuerza deformada por la cicatriz , me decanté por lo segundo. Y así he podido seguir pulsando con ganas la ñ de mi teclado.
Ese mismo 2002 frenético viajé a Buenos Aires a descubrir esa gran capital del teatro mundial, cuyo aroma embriagaba en Madrid con las nuevas voces que llegaban al Festival Iberoamericano de las Artes programado por el director Jorge Cassino en Ensayo 100. Viaje de ida y vuelta al universo tanguero, dejar reposar lo vivido y en 2003 el destino fue astronaútico: al indómito planeta de Cuba, ese lugar único que junto al Caribe incluye un viaje en el tiempo. Está vez el verano me llevó con una beca de la SGAE hasta la Escuela Internacional de San Antonio de los Baños, donde analizar y estudiar el guion audiovisual, porque el cine, tanto o más que el teatro, es mi pasión como público y creadora.
Aterrizo en septiembre de 2003 con el encargo de una obra de teatro para Iñaky Salas y Jorge Lorente, dos compañeros de interpretación en Guindalera, la escuela de Juan Pastor, también por entonces con Yolanda Porras como docente, que crea buenos intérpretes sin necesidad de escarbar ni dilapidar su subconsciente. Y como no soy fan de Chejov escribo algo breve, con buen ritmo para la escena y muy muy muy superficial que se llamará El viaje de Ajo. En la sala donde trabajo nos dejan hueco y horas para los ensayos, tendremos las llaves y tres meses hasta el estreno. Dichosos los ojos vuelvo a tropezarme con Ismael Moreno y le propongo como director de esta obra para público infantil. Ya sin su camisón de monstrua, ni barba de Stromboli, cuarenta kilos menos y muchas ganas de inventar, a sabiendas de que él es un verdadero artista y mi texto una mierda, se lo paso avergonzada, le invito a partirlo en pedazos, y quedándonos solo con el título, reuniremos a los actores para empezar de cero.
EL VIAJE DE AJO
Casi siempre que escribo para la escena y es de encargo, solo tengo el punto de partida, y acaso a dónde llegar. El resto es una incógnita. No así con mi montaje de fin de carrera de la RESAD. En mi comedia primera Zaturecky había un buen esquema previo, la estructura barroca de entradas y salidas, confusiones y escondites, ese puzzle que una vez esbozado, perfilados los bordes para marcar los límites, solo hay que rellenar con palabras. Pero desde mi encuentro profesional con Ismael Moreno, el método es otro: partimos de algo concreto y empezamos a ensayar/buscar a ver qué pasa. El arranque se mantiene: un niño, como cualquier otro niño, familia estructurada, obrera, consumista y estresada, con su papá y su mamá que no tienen tiempo para jugar con él. Y eso que entonces apenas había móviles y ni siquiera plataformas y televisión a la carta. Al elenco se unió la actriz Ana Alonso y el músico Hugo Pérez. A partir de ahí, a cada ensayo llevo un texto breve, y se prueban sketches a medida de los intérpretes: qué sabe hacer cada uno. Si canta, que cante. Si baila, que baile. Una coreografía, un poema a público, romper la cuarta pared. Y lo que sí llegó desde otro lugar: una invocación. La magia llegó cuando llamamos al duende, el mito, el surrealismo, Medea y el genio de la lámpara, un texto cascada vómito impresionista para arrancar el universo de la imaginación. Aparece el músico – duende con su singular orquesta de instrumentos inventados. Un globo, una olla con agua, cualquier dislate que evoque un sentimiento, una sonrisa, un brinco en el espectador. Ismael Moreno es mi maestro para sacudir al espectador: esto es teatro, nadie puede estar tranquilo en su butaca. Todo puede ocurrir.
El viaje de Ajo se estrenó en Ensayo 100 el 20 de diciembre de 2003, esa noche todos aplaudimos nuestro esfuerzo y logros, celebramos las funciones que vendrían, Ismael y yo nos besamos por primera vez y desde entonces no nos hemos vuelto a separar, aunque Clan de bichos aún tardaría un poco más en nacer.
EN BUSCA DEL ENCARGO
Me cuesta muchísimo ponerme a escribir. Hago prácticamente cualquier cosa antes: recoger el escritorio, poner una lavadora, la comida, papeleo burocrático… Una vez que me pongo, no hay problema. No siempre el resultado es el deseado, pero siempre rescato algún contenido, algún destello, algún descubrimiento. Lo difícil es ponerme a ello, empezar, arrancar. Dejar a un lado las responsabilidades familiares, maternales, maritales, y ser solo la página en blanco y yo. Ahí desaparezco. Es la felicidad total. El proceso de escritura es el paraíso. Al margen del resultado, el hecho de escribir, la acción misma, es un proceso gozoso. A veces es como componer una canción fumado de marihuana. Crees que eres un beatle. Al día siguiente la escuchas sobrio y sonríes por tu candidez. Pues escribir es igual. Lo haces sin más y sales volando. Te estrellas luego a veces al leerte, o a veces no. Como digo: lo más difícil para mí es ponerme a ello. Luego despega la maquinaria, y no hay horas y la noche es el lugar más indicado, como cuando descubrí el teatro de Koltés.
Por eso cuando la escritura es un encargo, mejor aún si es remunerado, ya no hay excusa y sí un horario que cumplir, un plazo tope donde hacer la entrega, y por muchas coartadas que invente sí soy responsable para llegar siempre a tiempo, no antes, no temprano, pero sí puntual. Como las campanadas de cenicienta pero con zapatillas de estar por casa, gafas de miope y acaso una leche con cacao de madrugada.
Y en esto de escribir textos para otros, confió entonces en mi escasa pero firme experiencia en comedia Javier García Yagüe, y se lo agradezco, para escribir a cuatro manos con Luis García-Araus las obras Café (2005) y Siempre fiesta (2009), dos de sus montajes para comedia, que recorrieron los teatros nacionales a partir de sus ideas y con la siempre competente producción de Cuarta Pared. Aquí había que remar a favor de la corriente de Yagüe y lo que quería contar a partir de su curiosidad y búsqueda en recortes de periódico, documentalista él, ficcioneros nosotros. Pero el estilo Cuarta Pared es mucho vuelo rasante, pegado a tierra, a la racionalidad, y mi mundo interior más surrealista y farsesco se veía muy limitado a unos diálogos demasiado explicativos y coherentes para mi naturaleza más jardielponcelana y grouchesca. Tal vez por eso no contaron conmigo en la segunda parte titulada Rebeldías posibles (para mí la mejor de la trilogía) y sí me llamaron con urgencia de UCI para desatascar la encerrona a la que había llegado en solitario Luis García-Araus en la rosca interminable de Siempre fiesta, porque entre mis habilidades sí se encuentra la rapidez, la resolución eficaz y la verosimilitud en los desenlaces. In extremis terminamos la trilogía porque producción y gira sí estaban listos e impacientes por arrancar. Todo fue bien.
ONGLANDIA
Desde el 2003 al 2007 Ismael Moreno y afianzamos nuestra relación y trabajamos en diversos encargos de otras compañías de teatro, performances, animación en eventos, guiones televisivos y publicidad. También comencé a escribir Donde Desdémona, un texto sobre violencia de género a partir de la desazón de Ismael al espeluznarse con nuestro país, esta mi querida España nuestra donde decenas de mujeres son asesinadas cada año por sus parejas o ex. Ismael quería hacer un Otelo, pero casado conmigo acabó haciendo un Sánchez. En octubre de 2006 entregué el manuscrito de Donde Desdémona que sería publicado por la AAT y la Comunidad de Madrid y posteriormente estrenado por nosotros en la sala Cuarta Pared (enero 2009).
En 2007 nació nuestra primera hija, India, y nació también Clan de bichos. El nombre nos cayó del cielo participando en una propuesta publicitaria que ahora reconozco como siniestra: empresarios infiltrados para el Instituto de Comercio Exterior de España. En unas ferias muy serias y formales que se hicieron en la capital de cada comunidad autónoma, para fomentar la exportación e informar sobre una serie de ayudas para empresarios y autónomos, nuestro equipo de actores y actrices infiltrados simulábamos ser ciudadanos interesados en los proyectos, y comunicábamos a desconocidos los grandes beneficios que se ofertaban en cada stand. No como «azafatos» del evento, que también había. Sino como empresarios cuando en realidad éramos intérpretes transmitiendo su información. Mejor no indagar en la cantidad de infiltrados que pueblan nuestras manifestaciones, museos, escuelas, centros comerciales y culturales, senados, y un largo etcétera de espacios que creemos reales y son verdaderos escenarios mercantiles, financiados con dinero, ése sí, público.
Pero en ese ámbito tan estrafalario, alguien me preguntó dónde estaban mis compañeros y a mí me salió con naturalidad: «Por ahí está el resto de Clan de bichos». A la vuelta, en el coche, alguien preguntó: «¿Cómo dijiste antes? ¿Club de bichos?» No. CLAN DE BICHOS. Y el nombre se quedó con nosotros, como gritado desde otro lugar.
Una semana después nos cruzamos con una antigua amiga de una amiga que nos conocía como actores y que estaba metida en una ongd. Ismael había trabajado con UNICEF en Uruguay, en una campaña de teatro, música y plástica para primaria. Y ahí empezó nuestro primer encargo sobre sensibilización y educación en valores. La Coordinadora Estatal de Comercio Justo nos pedía una obra de teatro para todos los públicos, primordial el infantil, sobre consumo responsable (hasta ahí bien) y los cuatro principios del comercio justo: salario digno, igualdad de género, cuidado del medio ambiente y no a la explotación infantil. Creo que fue la primera vez que vi a Ismael cogerse con las dos manos la cabeza, esa calva perfecta, y negar tajante. Y para una obra de 1 hora máximo y para público infantil. Superdivertido. Y claro, yo dije: sí, sí, sí. Lo haremos. Y nos pusimos a ello. Otra vez con el actor y ya gran amigo nuestro Iñaky Salas inventamos una especie de Mago de Oz donde cada personaje representaba uno de los valores del comercio justo, hasta el títere final del niño IRÚ (una construcción maravillosa de Títeres Girasol, los maestros de Ismael en Uruguay) que resultó ser nuestro talismán desde entonces. Cuenta atrás, el rap de Irú, se estrenó en la Casa Encendida en enero de 2008. Y fue el principio de nuestro modus operandi a la hora de realizar obras de teatro a pedido de organizaciones por el desarrollo.
No hay receta pero, sí a alguien le sirve, la forma de trabajar de Clan de bichos no supedita al texto el resto de elementos escénicos: música, audiovisuales, vestuario, marionetas, iluminación. El texto a veces es el esqueleto, a veces no.
Desde 2008 el teatro de Clan de bichos bebe muchísimo del impulso de transformación social del teatro de Bertolt Brecht, y como él, nos apasiona romper la cuarta pared y encarar al público. Pero ojo: hemos comprobado que es mucho más eficaz hacerlo desde el humor y la ternura que desde la crítica directa. Una gran parte de nuestros textos, de nuestros montajes, parten del humor, absurdo y surrealista a veces, paródico, muy reconocible por el espectador, y luego hay un momento, cuando el público ya está relajado y entregado, divertido y abierto, en que como mazazos remarcamos de forma explícita los mensajes que queremos transmitir. No de forma panfletaria, ni publicitaria, más bien explicativa para los que no hayan entendido las metáforas o símbolos previos. No sólo lúdica y comprometida. También buscamos que visualmente sea muy atractiva: por ejemplo con los vestuarios realizados con materiales reciclados (como una espectacular falda con más de 300 botellas azules de Solán de Cabras, un yelmo de cucharas y tenedores dorados, y diversos vestuarios monocromos) y audiovisuales originales de diversos géneros según la pieza.
El 2009 fue un año hiperproductivo para Clan de bichos: como ya he contado estrenamos Donde Desdémona en Cuarta Pared; ¿Qué mosca te ha picado?, una fábula musical con títeres para hablar de la salud como un derecho de todos, avalados por Cruz Roja, Fuden y Farmamundi; Voces de papel una performance con vestuarios de papel ante el Museo Reina Sofía con Intermon Oxfam; y una de las obras que más recorrido ha tenido: 2015 TIEMPO VITAL, que luego reconstruimos con el título de JUSTO LO QUE BUSCO. Ismael se volvió a agarrar la cabeza cuando ya no eran 4 objetivos los que querían transmitir, sino 8 (los llamados Objetivos de Desarrollo del Milenio) y luego los actuales 17 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), la famosa Agenda 2030 que tan politizada. Para nosotros no es más que una oportunidad para hablar de la defensa de los derechos humanos y la sostenibilidad del planeta, valores en los que creemos férreamente.
De esta manera hemos llegado a un amplio público adolescente de todo el país. Escenarios de todo tipo, a veces salones de actos enormes de los colegios e institutos, otras gimnasios adaptados con nuestro material técnico, y muchas otras, grandes teatros nacionales en horario matinal y lectivo, antes trescientos, cuatrocientos, quinientos adolescente entre 12 y 18 años. No salimos anunciados en ninguna guía ni agenda, solo lo sabe quien nos vio, pero lo cierto es que siento el off del off, con Clan de bichos hemos recorrido lo más granado de los escenarios: el Teatro Principal de Donosti, de Zamora, de Burgos, Toledo, Segovia, Sevilla, y un largo etcétera de teatros magníficos y centros culturales equipados donde sí podemos presumir de un patio de butacas lleno hasta los topes, atento y satisfecho. Y encima en su mayoría adolescentes descreídos. Para Clan de bichos ese es nuestro mejor éxito, ni premios, ni festivales: la ruta de las ongds que lleva el teatro más social y comprometido a los que no van al teatro.
Y solo hemos podido seducirles gracias al humor, la música, unos textos que hacen referencias a códigos y personajes que ellos conocen y sobre todo una entrega total en la interpretación. El adolescente, como el niño, huele la mentira, y la detesta. También aborrecer el drama como género, porque suele aburrirle. La bestialidad de Clan de bichos es lo que ha conseguido mantenerles alertas durante nuestras actuaciones. Desestructurarles como sea, romper la cuarta pared, los giros de guion, la música en directo, textos breves en sketches independientes, ritmo picado, la velocidad del antiguo zapping (sin llegar a la superficialidad de TIC-TOC). Y eso que cada vez es más difícil seducirles en escena porque se está perdiendo la capacidad de atención ante el estímulo constante y frenético de audiovisuales.
Con la crisis económica dejamos de trabajar para Ayuntamientos, muchos de ellos morosos que hundían a los autónomos con sus retrasos en los pagos. Lo difícil ya no era escribir, ni publicar, ni estrenar. Que también. Lo más difícil era cobrar. Las ONGDS pagaban menos pero eran puntuales. Solo cuando tenían la subvención concedida y cobrada, hacían el encargo. Definitivamente nuestra trayectoria se volcó en el sector educativo y de cooperación para el desarrollo y prácticamente abandonamos el ámbito cultural. Somos casi desconocidos en el sector artístico, pero no hemos dejado de representar nuevos montajes originales, de escribir literatura dramática y estrenarla convirtiéndola en teatro.
En 2010 estrenamos una obra insólita para primaria, una crítica feroz al abuso de poder y financiada por el Ayuntamiento de Madrid en la época en que Esperanza Aguirre era presidenta de la Comunidad. Escribirla fue divertidísimo porque hacíamos parodia de los más poderosos y la representábamos en colegios públicos. ¡Tú la llevas! fue una apuesta muy valiente de la Fundación Iberoamericana para el Desarrollo. Un niño (otra vez nuestro títere Irú) es literalmente tirado a la basura porque tiene que dejar de estudiar para ir a trabajar al campo. Mientras, los poderosos se pasan la responsabilidad de cuidar la tierra, nuestra Pachamama. Como otras veces, buscamos y escribimos canciones para cada personaje, bastante maniqueos, una elección de arquetipos muy al estilo Comedia del Arte, que encanta a los niños y niñas de primaria: el político corrupto que promete más recreo, el banquero bigotudo que solo quiere más pasta, la periodista de los medios de desinformación ávida de sensacionalismo, el multimillonario Máximo Gastón amoralmente feliz en su despilfarro constante. ¿Y quién se hace cargo de cuidar nuestro planeta? ¿quién sí asume su responsabilidad? Por supuesto el pequeño títere Irú y con él en ¡Tú la llevas! es un gustazo descubrir cómo los pequeños espectadores sí se levantaban prestos a construir un mundo mejor. Veremos cuando crezcan…
NO LES DES LA ESPALDA
En 2011 las ONGDS se quedaron sin presupuesto para sensibilización. Desde la crisis de 2008 habían tenido algo guardado, habían ido tirando, pero ese año su partida de subvenciones se recortó en un 80% y Cáritas no tenía dinero para hacer teatro ni canciones. Estaba dando de comer a la gente para que no se muriera de hambre. Aun así ese otoño estrenamos una obra para adultos extremadamente compleja y necesaria: Caperucitas, esclavas del lobo, avalada por la ong Médicos del Mundo y contra la trata de mujeres con fines de explotación sexual. Curiosamente unos meses antes nos habían ofrecido un trabajo de performance en la zona centro de Madrid para «espantar a las prostitutas». Dijimos que no, ¿qué demonios era eso? Pero esto era otra cosa. ¿A quién iba dirigido este montaje? No a los proxenetas torturadores, no a los cómplices que traen a las víctimas con engaños, no a las prostitutas explotadas, no a la policía ni a la mafia que mueve millones. Sino al cliente, y sobre todo al «potencial cliente» de prostitución. Por eso, tras su estreno en el Salón de Actos de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, convenimos en representarla también ante público bachiller (entre 16 y 18 años) con un debate posterior donde hablar de trata, prostitución y pornografía.
Este texto es sin duda uno de los más turbadores y de los que más defiendo. Escribí canciones muy a lo Kurt Weill, muy cabareteras, con brillo, rimas, ritmos apasionados, discordantes, hablando de putas y sus desgracias mientras con el pie movía la mecedora de mi segunda hija Julieta, recién nacida. Por mis hijas y por todas las mujeres del mundo escribí canciones muy crueles, muy críticas, muy brechtianas, muy desgarradoras. La canción del proxeneta que interpreta Ismael, la de la prostituta que pide no les des la espalda, esos insectos que son los clientes cómplices de más dolor del que imaginan, la hipocresía de toda la sociedad, las cárceles de carretera donde malviven las prostitutas esclavas. La esclavitud del siglo XXI. España es el primer país de Europa en consumo de prostitución, y el tercero del mundo. Una vergüenza más que al poner en escena remueve conciencias, informa a los ilusos (a veces solo adolescentes que no tienen ni idea del tema) y dignifica a las víctimas. El teatro no tiene las respuestas, pero desde Clan de bichos creemos firmemente en la necesidad de plantear las preguntas, y el escenario es un lugar extraordinario para hacerlo y llegar al cerebro y al corazón de los espectadores.
El punto de partida de CAPERUCITAS: ESCLAVAS DEL LOBO produce honda extrañeza. Esa vuelta de tuerca del expresionismo, el surrealismo, la deformidad del esperpento, la exageración de la farsa, el histrionismo: en un insólito programa de televisión de un futuro cercano (la distopía apocalíptica ahora tan de moda) se juzga en directo a una mujer que a pesar de haber sido engañada, secuestrada, violada, golpeada y amenazada de muerte no ha consentido en prostituirse. Si la víctima se niega a serlo… ¿a dónde vamos a ir a parar? Un juicio singular donde asistimos a los testimonios de aquellos personajes que de una u otra forma tienen relación con la acusada. Con canciones muy potentes cantadas en vivo, audiovisuales parodia de programas televisivos, stop motion, grabaciones en directo con muñecos barbie que son mutilados en escena. Una obra con textos donde el grotesco, el humor negro y el sarcasmo sirven de revulsivo para un espectador sorprendido y espeluznado, sea cual sea su procedencia: desde señoras jubiladas de abrigo de pieles en el Teatro de Rojas de Toledo, hasta centenares de adolescentes del IES de la Cruz en Pamplona que incluso querían desconectar un foco para hacer callar al personaje del proxeneta.
MARIONETAS EN LA CUEVA
En 2014 Clan de bichos vuelve a reinventarse y apostamos fuerte por el teatro de objetos y marionetas. No en balde es la especialidad de Ismael Moreno desde que se especializó en Polonia en estas técnicas. Arriesgamos y cogemos nuestro propio local para hacer funciones los fines de semana, un lugar pequeñito entre la Plaza de Ópera y la Plaza Mayor de Madrid: la cueva de Clan de bichos. Apenas una veintena de espectadores en cada función pero oye mira, así se puede colgar el cartel de «completo».
Al principio no fue fácil para mí escribir algo nuevo y específico para ese lugar. Y eso que era mágico: ladrillo vista en el Madrid de los Austrias. La obra apareció tras meses de dudas y solo tras apostar por seguir estando COMO UNA REGADERA. Como siempre tenemos solo el punto de partida, fruto de la genial síntesis e inspiración de Ismael: dos chorizos (Criollo y Cantimpalo) roban la pasta (Espagueti y Tallarina) y se nos va la olla (literalmente una olla boca abajo) persiguiéndoles para atraparles y que la familia vuelva a tener comida en casa. Para poder tener una visión externa y armar los sketches contamos con la colaboración como manipuladora de la actriz Marika Pérez, para yo salir del retablo y desde fuera poder ver y escuchar a títeres y objetos, y así concretar sus frases y acciones. A pachas con Ismael, eso siempre.
El proceso de escritura es completamente diferente con objetos que con humanos. Con actores y actrices en Clan de bichos muchas veces también partimos de ellos, de su físico y talentos, de lo que saben hacer, y fruto de improvisaciones aparece luego su texto. Pero en el caso del teatro de objetos, lo más importante es la acción. Un objeto difícilmente aguanta mucho texto, mucho diálogo. Lo primero es ver cómo se mueve, su fisicidad, sus materiales, si es duro o blando, rígido o flexible. Y qué tiene para decir. El casting de objetos nos descubrirá sus acciones, y con ellos, las palabras, si es que son necesarias. A veces solo hacen falta onomatopeyas para entenderlos, incluso un lenguaje inventado puede funcionar mejor que textos comprensibles. Como con los dibujos animados, con el cómic, es un teatro más de acciones que de largas parrafadas. En Como una regadera planteamos unas persecuciones delirantes con todo tipo de objetos metálicos de la cocina, y distintas técnicas para entretener (en el mejor de los sentidos del término) al público sea cual sea su edad.
A este tipo de espectáculos, supuestamente infantiles, suelen acudir varios adultos y algún peke. A veces por un solo niño vienen cuatro mayores, padres, abuelos, tíos. El concepto de público familiar es el que más nos gusta. No podemos ofrecer un espectáculo ingenuo ni en recursos ni en lenguaje. El teatro de marionetas de Clan de bichos también incluye textos complejos, metáforas, símbolos, referencias a películas, autores y personajes de adultos, que seguramente los más pequeños no entiendan, pero eso no nos importa, porque les seducimos desde la estética: la ternura de Charlotte nuestro títeres de bunraku protagonista en Como una regadera, la sucesion de objetos y sus relaciones, la música original, el colorido de los títeres realizado con materiales de reciclaje, la fluorescencia del teatro negro, y todo ese universo plástico tan particular de Ismael Moreno. Sumando los textos cómicos y mi capacidad de improvisación con el público de cada sesión, el resultado aporta un estilo propio y característico. Una firma.
UN HORIZONTE VERTICAL
Hasta 2020 y la pandemia nos duró la Cueva en la calle Mesón de Paños. Con el Covid dejamos ese lugar mágico y para seguir viviendo de lo que escribimos e inventamos, creamos otros productos artísticos y docentes, algunos en streaming. Desde entonces hemos realizado también decenas de talleres y la producción de guiones y cortometrajes con adolescentes, pero esa es otra historia, otro lenguaje, otros recursos, otras técnicas… Otra veta del caleidoscópico universo de Clan de bichos.
Si nos ceñimos a la escritura dramática y nuestro presente, tras otras obras de títeres como AGUGUTATA (2015) y ¡GUAU! EL PERRO VERDE (2023), tenemos en el horno una que quiere estrenarse después del verano en nuestro nuevo local en calle Fuenlabrada nº 4: PLASTICUCHOS. Si Ismael se agarra otra vez la cabeza con las dos manos es que vamos bien. A ver qué tienen estos nuevos bichos para contarnos, a ver cómo quieren contarlo, dependemos de ellos, los personajes superan al autor, y me temo que yo solo soy su máquina de escribir.